1.- En términos de política electoral, justamente dentro de cinco meses -sábado 1º de junio- estaremos a unas horas de saber quién será la primera presidenta de México: Claudia Sheinbaum o Xóchitl Gálvez. Como dice el periodista deportivo Javier Alarcón cuando hace pronósticos en el noticiario de Ciro Gómez Leyva, “aquí les dejo mi reputación”: sin el menor afán de apostar con usted, lectora-lector (o sí, si usted insiste), en apenas 22 semanas Claudia ganará con amplitud, por un margen de dos dígitos.
Es verdad -lo he tecleado- que en las campañas electorales cualquier cosa puede suceder y que un escándalo mayúsculo basta para descarrilar a cualquier candidata (o casi a cualquiera), pero las más recientes encuestas en vivienda realizadas durante diciembre -me refiero a mediciones hechas por empresas serias, no a las patito- exhiben que, al día de hoy, la gran mayoría de los mexicanos quiere a Sheinbaum en la Presidencia.
No hay una sola fotografía que plasme lo contrario. La preferencia por ella en careos con boletas simuladas le da una ventaja de veinte y hasta más de treinta puntos, lo que en términos comiciales es una soberana paliza: el promedio es de 61% contra 29 %, de acuerdo al recopilador Oraculus, que sistematiza los datos de las intenciones de voto.
Para sorpresa de muchos -incluido yo-, Claudia podría ganar con una diferencia porcentual superior a la que obtuvo Andrés Manuel López Obrador en 2018 (30.8 puntos), que de por sí fue enorme: 53.19 % (30.1 millones de votos) contra 22.27 % (12.6 millones) del panista Ricardo Anaya.
¿Estos números de Sheinbaum tienen una razón contundente de ser? Sí, ya lo he escrito en esta columna, pero algunos articulistas de capilla siguen en negación y continúan buscando explicaciones (es un decir), como la que apunta a nosotros, a los propios periodistas y columnistas, por no haber sido “comprometidos” con sus dictados opositores, es decir, por no escribir lo que ellos, desde su enorme sapiencia, quieren que tecleemos siempre que se les da la gana. Se los repito -con gusto- y sin ningún deseo subrepticio de que se les atragante el brindis de fin de año: a la pregunta hecha por Buendía & Márquez para EL UNIVERSAL, que dice, “Hablando de política, ¿usted normalmente se considera lopezobradorista o anti-lopezobradorista?” solo una pequeña minoría de 22 % se ubica como anti-AMLO y una aparatosa mayoría de seis de cada diez mexicanos (60 %) se siente obradorista. O para fines electorales, claudista. Mientras esos números no cambien, será muy difícil que Sheinbaum tenga competencia que le inquiete.
Y vuelvo a dejarles mi prestigio timbeado: Morena y sus aliados no conseguirán mayoría calificada en el Congreso de la Unión (qué bueno, el equilibrio de poderes es democráticamente sano), por lo que Sheinbaum, si acaso pretende lograr modificaciones constitucionales, tendrá que ser una estadista que dialogue, negocie y convenza, en vez de reeditar una presidencia pendenciera.
2.- En asuntos de inseguridad, nada variará. Lamento reiterárselo, lectora-lector, pero es la verdad. Desgraciadamente, debido a los múltiples frentes de batalla que sostienen los distintos cárteles y sus cientos de balcanizadas y enloquecidas células locales, continuarán los desapariciones (por más que rasuren el listado de desaparecidos en Bucareli), las ejecuciones, las matanzas, las masacres, las atrocidades a las que nos hemos habituado desde hace 23 años, y con más virulencia en los últimos 17 años.
¿Por qué nada cambiará gobierne quien gobierne? Porque la narco cultura, la narco economía y la narco política ya están enraizadas en cientos de pueblos, ciudades, municipios y, en mayor o menor medida, en todos los estados de la república. Las gigantescas derramas monetarias de los criminales salpican cada vez más las economías locales y una creciente parte de la sociedad abreva en esos dineros que benefician a sus familias. Miles de jóvenes tienen hoy harta y ostentosa lana narca, dinero que lamentablemente supera por mucho los ingresos que obtienen otros chavales a través de programas sociales y formas decentes de vivir. Adicionalmente, los criminales gobiernan bajo su ley de plata o plomo decenas y decenas de municipios, donde controlan cuerpos policiales y ayuntamientos completos.
Además, mientras no haya una política de Estado para combatir y erradicar el cobro de piso, las extorsiones seguirán desangrando comunidades, hasta que éstas se harten y tomen las armas, como ya hemos visto que ha ocurrido. Ningún gobierno parece entender que la extorsión se está extendiendo como una incontrolable pandemia para la cual, al día de hoy, no hay vacuna eficaz. El pisaje es el business del presente y del futuro de todos los grupos criminales y el Estado mexicano -con sus tres poderes- sigue en negación, pasmado ante la expansión de un fenómeno cuya rentabilidad es prácticamente del 100 % para esos parásitos que son los extorsionadores. Así como ha habido intentos para crear cuerpos de seguridad especializados en secuestros, México tiene que avanzar a pasos agigantados para crear grupos de inteligencia y de intervención que enfrenten a estos delincuentes que infamemente roban el producto del trabajo de mexicanos de todas las clases sociales.
Finalmente, la mexicana es una sociedad tremendamente machista, cada vez más brutal (ahí están los números ascendentes de las violencias contra las mujeres) y eso impide que el sicariato nacional acepte formas de convivencia pacíficas y humanas. Los capos mexicanos no saben ser buenos empresarios, no toleran la competencia del mercado; son, básicamente, genocidas: lo suyo es exterminar a la raza contraria. El sicario dream en México no se desvanecerá en tanto las drogas -todas- sean ilegales y la impunidad criminal (homicida, secuestradora, desaparecedora, extorsionadora, traficante de mujeres, niños y migrantes) continúe siendo una constante en la corrupta procuración e impartición de justicia.
Perdón, no le pinto una realidad pesimista sino realista. Lo siento mucho.
TRASFONDO
Como algunos de ustedes saben, este año permanecí prácticamente un mes hospitalizado y mi vida estuvo en riesgo al menos dos veces. Muchísimas gracias a las lectoras y lectores que se tomaron unos momentos para enviarme palabras de aliento, de cariño (una de esas personas tuvo la generosidad de hacerlo en medio de una terrible desgracia familiar que padecía): no tienen una idea de la fuerza y la adrenalina que me inyectaron para seguir vivo e intentar hacer más y mejor periodismo.
Les abrazo fuerte a todas y todos, igual que a mi familia de origen, a mi madre, mis hijos y mis hermanas, que me dieron tanto cariño y comprensión en esos momentos. También a mis amigos y amigas, que no dejaban de mandarme mensajes (a veces los quería matar porque no cesaban y yo no descansaba, la neta). Especialmente aprecio lo que hizo mi jefe-amigo Néstor: su solidaridad fue un abrazo permanente, un aliciente para salir adelante. También valoro mucho el cariño de mis compañeros y compañeras de Gaceta UNAM y Monitoreo, y la esplendidez del entonces rector Enrique Graue, todo lo cual me llenó de compañerismo y humanidad.
Gracias también a mi otro jefe, al de aquí en EL UNIVERSAL, a David Aponte, por su gran paciencia, comprensión y generosidad ante mi obligado alejamiento temporal del programa Con los de casa (la columna todavía no sé cómo le hice, pero sí la entregué cada semana).
Y sobre todo, mi gratitud perenne y todo mi corazón van para mi novia, para Julia, por mantenerse siempre ahí, a mi lado, con tantas ternuras, a pesar de lo difícil que fue para ella, y por seguirme amando como lo hace hoy (aunque, aquí entre nos, ella misma quiso asesinarme dos que tres veces; perdón, mi cielo). Love you, Joni, trop beaucoup.
En fin, que siempre puede haber formas de reinventarnos sanamente y vivir de mejor manera.
Feliz Noche Vieja y estupendo Año Nuevo, banda-bandita de lectoras y lectores: muchas gracias por haberme leído en este 2023 (aprecio y valoro enormemente a quienes me mandan críticas y/o comentarios), lo mejor para ustedes y los suyos este 2024.
Los quiero y abrazo.
Twitter: @jpbecerraacosta