Creo que nadie puede acusarme de que no he sido muy crítico con el Presidente de la República, tal como lo fui con quienes lo antecedieron. Incluso, según me han comentado varias lectoras y no pocos lectores, en ocasiones he sido demasiado duro, al grado -afirman- de que me he pasado de “severo” (https://shorturl.at/mxFG5). Quizás, pero el caso es que lo he criticado cada vez que sus excesos bien valían una columna.
Sin embargo, para algunos connotados odiadores de Andrés Manuel López Obrador eso no basta: ellas y ellos quisieran el combo. “El todo”. Sí, que todo el tiempo y a todas horas, en todos los medios y en todas las redes sociales, todos los periodistas siguiéramos sus dictados opositores, y que por tanto convirtiéramos todos nuestros escritos y todas nuestras intervenciones en una especie de paredón permanente contra AMLO.
Vaya, que los emuláramos y que todo el día y a cada hora tuiteáramos y posteáramos veneno contra Palacio Nacional. Y no es que muchas veces no se lo merezca el inquilino de ese lugar, pero quienes valoramos por encima de cualquier cosa nuestra independencia, no tenemos razón alguna para ser como algunos de ellos, es decir, para escribir desde el fanatismo del hígado, desde la fobia política. Somos varios los periodistas que no caeremos en la dicotomía a la cual nos quieren confinar.
El odio obnubila, enceguece el juicio, ofusca e impide tomar decisiones serenas y eficaces. Quizá por eso fracasó rotundamente la campaña que los opositores de AMLO emprendieron en redes sociales bajo el hashtag de #narcopresidente. ¿En qué sustento lo del fracaso? Por supuesto que no en el número de tuits (son millones) o en las semanas que ha sido trending topic (más de 50 días), sino en la realidad que existe más allá de las redes sociales. ¿Cuál es esa realidad? La de a pie. La que refleja de manera brutal la más reciente encuesta del periódico Reforma (publicada el martes pasado), al que nadie puede acusar de amlover, ¿verdad? ¿Qué dice? Que la aprobación hacia el Presidente creció brutalmente entre diciembre y marzo, justo durante el lapso de mayor intensidad de la campaña opositora que pretendía ligarlo con el narco.
“¿Aprueba o desaprueba la forma en que AMLO está haciendo su trabajo como Presidente?”, preguntaron los encuestadores. Su aprobación se disparó del 62% que tenía en diciembre… ¡hasta el 73 en marzo! Un inesperado crecimiento de once puntos. ¿Y la desaprobación? Bajó considerablemente, del 37% al 24%, una disminución de trece puntos. Con su pésimo cálculo, lo único que lograron los orquestadores de esa estrategia del narco hashtag es que el Presidente saliera más fortalecido y que —asumo— este martes haya estado feliz-feliz, riéndose socarronamente en sus aposentos.
¿Y a Claudia Sheinbaum sí le pegó la etiqueta de #narcocandidata? Pues no, tampoco: del 53% de intención de voto que tenía en diciembre, ahora tiene 58%, un crecimiento de cuatro puntos porcentuales, por lo que los cinco puntos que Xóchitl Gálvez sumó en el mismo periodo (creció del 29% al 34%), no le afectaron a la morenista casi nada: en diciembre tenía una ventaja de 25 puntos y ahora es de 24, es decir, que sólo perdió un punto de ventaja.
Y no es todo, Claudia no sólo aparece mucho mejor calificada que Xóchitl en ocho rubros, sino que genera más confianza: a la pregunta de “si tuviera que encargar su casa, auto o negocio, ¿a quién preferiría encargárselo?” el 48% dice… que se lo dejaría a Sheinbaum, y sólo el 20% a Gálvez. El 24%, a ninguna de las dos.
“No, si son unos genios”, les diría José Antonio Meade a quienes, pegadas las narices en sus redes sociales, concibieron la campañita de #narcopresidente y #narcocandidata y siguen aferrados a esas etiquetas. Aquí sí aplica el emoji de hombrecito tapándose la cara en señal de… “vaya pifia”.
Por cierto, sólo les quedan diez semanas de campaña.