Esperé prácticamente dos semanas, con la esperanza de que se moderaran y rectificaran. Nada. No sólo no variaron su extremismo sino que radicalizaron su postura. El Presidente de la República, el líder de su movimiento, Mario Delgado y otros adláteres, han emprendido una cruzada política para exterminar a sus adversarios.
Sí, exterminarlos, no exagero, porque, dígame usted, históricamente, ¿qué se hacía en México con los traidores a la patria, pongamos que desde el siglo diecinueve? Fusilarlos, mandarlos al paredón, ya que no se trataba de disputas democráticas sino de guerras; guerras civiles en las cuales no había espacio para conmiseraciones, ni mucho menos para ejercer la virtud de la misericordia política.
Mátelos en caliente y luego veriguo. A los traidores a la patria se les pasa por las armas. Y sin llorar, sin remordimientos, que somos bien machos.
¿En qué estaba pensando Andrés Manuel López Obrador cuando se le vino a la cabeza estigmatizar de esa manera a quienes, desde la política, desde el Congreso, desde la democracia misma, se opusieron a su reforma eléctrica? ¿Qué creía que iban a hacer sus camisas moradas?
Hace una semana, durante un mitin, un señor que se llama Ignacio Mier Velazco, que resulta ser coordinador de los diputados de Morena, líder de ese partido en la Cámara de Diputados, pidió a los mexicanos… que “fusilen” los opositores. No se refería a que les metieran de balazos, pero sí a que los marcaran como ganado, a que en una enorme lona con las imágenes de los opositores, con los rostros de cada una de las mujeres y cada uno de los hombres que osaron votar en contra de los deseos presidenciales, los estigmatizaran en la plaza pública. Dijo que se trataba de un “paredón pacífico” para exhibir a los opositores. Vaya imagen, como nazis marcando judíos. Y luego peroró:
“Darle las gracias al movimiento, a mi partido, a Morena, porque pusieron ese paredón pacífico para que los mexicanos, con su pluma, con su lápiz, los fusilen por traidores. De manera pacífica, como le sucedió a sus bisabuelos políticos Miramón y Mejía. Ellos sí fueron fusilados por traición a la patria”.
Las palabras, en un país tan violento y macho como este, han tenido un enorme peso entre los fanatismos que tanto nos han corroído a lo largo de la historia. Y si un extremista del siglo veintiuno, un colérico chaleco morado, en su corto entendimiento, se siente azuzado, espoleado, inspirado por las arengas de sus líderes, y percibe que tiene el derecho de ir a ejecutar a alguno de esos priistas, panistas y perredistas; si se convence que literalmente debe acribillara alguien en nombre de la patria morena, ¿qué van a hacer el Presidente y sus émulos? ¿Afirmar que es culpa del neoliberalismo?
No vivimos en un Estado fascista, no estamos padeciendo una tiranía, gozamos de absoluta libertad de expresión y de una funcional democracia que cuenta con alternancias en el poder y una aceptable división de poderes (como quedó demostrado recientemente en las votaciones que hubo en los poderes Legislativo y Judicial), pero la verdad es que, con todo respeto, el Presidente y sus partidarios sí están teniendo ya arrebatos fachos, fascistoides, lo cual no solo es preocupante sino inadmisible, porque generan un nocivo ambiente de pesadez política que, en un infame momento de infortunio, puede derivar en violencia física, lo cual hundiría a México en más zozobra.
A alguien que le gusta tanto leer sobre la Historia, como al Presidente, debería releer y ordenar que pare esta cacería, porque no solo es la impronta de “fusilar” a los opositores, sino la persecución judicial con la que también amagan él y los suyos, invocando el artículo 123 del Código Penal Federal, que establece esto:
“Se impondrá la pena de prisión de cinco a cuarenta años y multa hasta de cincuenta mil pesos al mexicano que cometa traición a la patria en alguna de las formas siguientes:
“I.- Realice actos contra la independencia, soberanía o integridad de la Nación Mexicana con la finalidad de someterla a persona, grupo o gobierno extranjero;
Al paredón o a la cárcel cuatro décadas, traidores. Claro, a mano levantada, con el sello de la casa.
Qué cosa.
BAJO FONDO
Se perciben tentaciones en algunos ultras, que quisieran ir más allá en la iniciativa presidencial de reforma electoral.
¿Literalmente disolver el INE e implementar una especie de control gubernamental sobre las elecciones, como en tiempos del Partido de Estado?
Sólo les faltaría un Comisario del Pueblo, en evocación (e invocación) de épocas de Stalin.
Y quizá Manuel Bartlett los podría orientar en eso de los controles electorales.
AL FONDO
Tampoco nos hagamos tontos ni le demos baños de pureza a nadie, que en el sistema político nacional no existen los impolutos: los consejeros electorales siempre fueron propuestos por los partidos, por sus intereses, por cuotas partidistas, y así fueron electos, con ese origen que en muchos casos se volvió destino.
EN EL FONDO
Una cualidad del Presidente es que sabe bien de aritmética. Sabe contar votos de manera eficiente. Sabe que no tiene curules suficientes para una reforma constitucional. Sabe que su reforma electoral está muerta. Sabe que su iniciativa es para generar un circo político. Sabe que lo suyo es polarizar rumbo a los comicios de este año: vean, los traidores a la patria, corruptos vendidos a empresas extranjeras (lo cual no dudo de algunos tribunos), y vean a esos que quieren perpetuar los fraudes, mejor voten por nosotros.
Qué tiempos: si me hubiera dormido en los peores años de la intolerancia priista y despertara hoy, al primer vistazo asumiría que el PRI más oscuro sigue gobernando.
Es sabido: la democracia requiere de demócratas.
jp.becerra.acosta.m@gmail.com
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