A finales de marzo de este año, cuando lo entrevisté, Lino Gerardo San Juan García era un paciente que se rehabilitaba en el CRIT de Teletón. El técnico ortopedista era atendido ahí por especialistas, por fisioterapeutas, ya que padecía síndrome post Covid, o long Covid, como le llaman los estadounidenses a las secuelas de la enfermedad provocada por el virus SARS-Cov-2, y todavía no podías respirar del todo bien, no había logrado recuperar plenamente su capacidad pulmonar. Lino me contó, ahí y luego en su casa, del infierno que vivió durante su enfermedad, pero también me narró la pesadilla de las secuelas que lo atormentaron.

Ahora que pasamos a semáforo verde en el Valle de México, y que habrá un gran libertinaje sanitario, comprensible porque todos queremos volver a una normalidad que ya no existe, de verdad que no que deberíamos descuidarnos, mucho menos conforme se acerque el famoso maratón Muertos-Reyes, y deberíamos vernos en el espejo de Lino.

En un taller acondicionado en su casa, Lino hace prótesis, plantillas, corsés, fajas, órtesis para gente que requiere de estos aditamentos. Él mismo usa prótesis desde hace muchos años, tantos como 26 años, debido a un accidente automovilístico que sufrió en Oaxaca. Cuando le amputaron una pierna y vino a Ciudad de México, decidió quedarse a residir aca. Ahora también da terapias a quienes requieren aditamentos como el suyo. Lino tiene una esposa, Guadalupe, y dos hijos, Gerardo y Fátima, ambos adolescentes.

Hace poco más de un año, el sábado 26 de septiembre en la noche, internaron a Lino en un hospital de Milpa Alta. Saturaba 50%, en vez de 90%. Estaba grave.

-Sentía mucha angustia por la desesperación de n o poder respirar. Se siente uno impotente por no poder respirar…

Respirar. Eso que es algo tan natural, y que ni siquiera nos percatamos que lo hacemos, se le volvió una proeza a cada minuto. A cada segundo. A cada instante. Por eso lo intubaron durante un mes.

-Ni me enteré. Fue hasta después, cuando desperté, que me empezaron a platicar las enfermeras, y que me dijeron que yo era un sobreviviente del Covid. El problema fue muy-muy drástico. Es una enfermedad que te ataca el páncreas, corazón, riñones, pulmones, todo-todo. Te va acabando…

-Renaciste…

-Sí, gracias a Dios.

Pero… a Lino le faltaba sufrir otra pesadilla.

-Cuando me desintubaron no tenía fuerzas ni para comer (simula que se lleva una cuchara a la boca). No podía llevarme la comida a la boca. No puede uno ni alzar la cuchara. Todo se me caía. Temblaba. No tenía nada de fuerzas.

-¿Ni para la cuchara?

-No, ni para la cuchara. Y muchas veces, ya llegando lo que me iba a comer a la boca, se me caía. El traslado de la mesa a la boca se caía.

-¿Así de débil?

-Sí, así de débil.

-¿Y qué sentías?

-Desesperación. Yo con hambre y sin poder comer. Las enfermeras muy lindas me daban de comer y me leían cartas que me mandaban mis hijos (sea le nublan un poco los ojos). Y no podía caminar, los músculos se contrajeron, estaban muy flácidos, y yo que tengo discapacidad… Cuando llegué a la casa estaba súper débil, acostado todo el tiempo. Ni para poderme sentar. Me sofocaba por lo mismo de la saturación. Sin fuerzas para pararme.

Regresa Lino al averno de la hospitalización:

-¿Podías dormir?

-No, al principio no, porque de verdad que del hospital salí yo muy asustado, por haber visto tantas personas que fallecieron. Lo que más me afectó es que todo el mes estuve con temperatura de 40 y 40 y 40. Yo ya deliraba y veía muchas cosas que no eran reales.

-¿Alucinabas ahí adentro del hospital?

-Sí.

-¿Qué veías, o qué?

-Yo escuchaba y… como que percibía que ahí adentro golpeaban a la gente. Golpeaban a la gente y ahí mismo las quemaban. Ya deliraba mucho.

-Como una pesadilla…

-Sí. Y le platico a mi esposa que, todas las personas que oraban aquí afuera, y que pedían por mí, todo eso yo lo veía…

-¿Cómo? ¿A poco? ¿Lo veías, lo percibías desde el hospital?

Asiente. Las ganas de vivir que tenía. Pero faltaban los alucines:

-Sí. Lo veía y lo sentía.

-En el corazón…

-En todo: en el corazón y en la mente. Yo los veía conmigo.

-¿En algún momento pensaste algo así como “ya, ya, ahí muere”?

-¿Qué cree? Al final sí, por tanto delirio que tenía. Me sentía como culpable porque deliraba que había muchas muertes allá adentro, y todas esas personas eran familiares de ella (de su esposa, a quien señala), que se peleaban en el hospital cuando me iban a ver y que los mataban y quemaban. Lo primero que hice al salir fue preguntar por ellos… -dice con ojos enrojecidos. Hubo como tres veces que yo sentí que ya no, que ya no se podía porque era demasiado. El corazón se me iba bajando-bajando-bajando y me perdía, me quedaba dormido…

Lino va terminando su narración post Covid:

-Estuve dos meses con oxígeno día y noche. El cerebro se desconecta. Tiene uno que reeducarlo; hay que reeducar los patrones para poder caminar e ir caminando. La voz no sale. Quiere uno hablar y la voz no sale. Tiene uno que hacer más esfuerzo para que salga la voz. Y el muñón, adormecido; y la cabeza y el cuello, también.

Su esposa toma la palabra…

-Cuando salió del hospital lo vi como muy nervioso, asustado, espantado. Lo vi muy mal, muy mal (él suelta una risita).

-Imagínate, personas fallecidas aquí, luego allá, y yo nada más viendo a ver a qué hora me toca a mí… -interviene él.

-Cuando salió del hospital lo tenía que ayudar a bañarse, a darle de comer, sus medicamentos, porque estaba en cama y con su oxígeno. Le echó muchísimas ganas. Al mes ya se metía a bañar solo, hacías sus terapias y ya podía comer.

-Aquí estoy viviendo y haciendo caminar a los pacientes. Ahora lo que ya no quieren es darme de comer… -ríen él y su esposa, por la alusión a que ahora está fuerte y ya come mucho él solito. Pero su historia no es la única. Hay miles (https://www.eluniversal.com.mx/opinion/juan-pablo-becerra-acosta-m/el-long-covid-esa-angustia-perenne). Como la de un chef...

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Fernando Ortega, de 62 años, es chef en una empresa que prepara comidas ejecutivas e industriales. Lo entrevisté a mediados de junio. Él estuvo 17 días hospitalizado, postrado boca abajo. En su familia hubo ocho personas más infectadas, pero él fue el que peor la pasó…

-Al tercer día hospitalizado en la clínica 194 en El Molinito, en Naucalpan, vino un calentamiento con calentura; muy desesperante estaba. Me quería salir de la cama y me desvanecí. Al poco ratito sentí voces, de niños, y fue lo que me hizo despertar. Y sentía que me ahogaba.

Alucinaciones.

-¿Y esas voces usted cree que eran sus nietos?

-Mis nietos. Yo creo que eso fue lo que me dio ánimos. Fue lo que me revivió y me tranquilicé. Y me encomendé nomás a Dios.

-¿Qué más padeció por la calentura, por la fiebre?

Más delirios.

-Veía en el techo siluetas de mujer. Me decían que eran mi mamá y mi hermana que estaban cuidando.

-¿Y eso lo animó?

-Estuve con miedo, ¿verdad?, porque sentía que no… Tantas cosas que escucha uno que dice: “Ya no voy a salir”.

-¿Y al salir?

Al salir vendría el miedo, la paranoia, uno de los estados más comunes entre quienes padecen secuelas por la Covid…

-Salí débil y no podía dormir. Las doce de la noche y la una de la mañana y comenzaba a sudar. Tenía mucho sudor.

-¿Qué pensaba usted?

-La verdad en ese momento, lo peor. Dije: “Ya me voy a morir”. No le decía a mi gente hasta las seis de la mañana que empezaba a cerrar los ojos.

-O sea, le daba miedo de…

-¡Miedo! Ese sudor, que estaba empapado. Dormir y ya no despertar. No sabría decirle, pero con ese temor salí. En el hospital era lo mismo, no dormía. Y así salí. Estaba en lo peor, lo más bajo…

-Estrés postraumático… -abunda una doctora del IMSS que presencia la entrevista, la cual transcurre en un jardín hospitalario. El chef fue atendido por médicos especialistas en rehabilitación del Seguro Social.

Ya en su casa, el hombre caminaba poco, le ayudaban y siempre estaba con oxígeno suplementario. Le ponían ejercicios en el IMSS y él se los practicaba a su casa. Era como un bebé después de nacer que necesita estimulación para respirar.

“Es como volver aprender a respirar”.

La Covid le dejó un daño colateral: tiene hipertensión, una condición que no tenía previamente. “Son las secuelas que deja el Covid. Estoy tomando pastillas de 50 miligramos. No salía de mi casa al principio. Estaba prohibido, ahora ya tengo las dos vacunas y ya empiezo a salir poco. Y pronto voy a regresar a trabajar, yo creo”, dice con mirada que todavía trasluce cierto miedo, pavor incrustado, más bien. Y es normal: al salir del hospital literalmente no sabía respirar, o él sentía que no sabía respirar.

-Esto fue como volver a vivir. Me refiero al aire. A respirar yo mismo porque antes no podía respirar. Volver a vivir, esa es la diferencia. Cuando uno está bien respiras y sientes el aire (se toca el cuello), sientes todo (inhala y exhala), sientes todo. Cuando tienes esto (Covid), no, no puede uno respirar bien. Te ahogas. Peor cuando tienes esa tos. Lo que nunca se me va a olvidar es una tos seca, la voy a tener siempre en mi mente (simula que tose como para jalar aire). Se ahoga uno, sientes que te ahogas… -su mirada se vuelve opaca, angustiada.

-O sea que usted volvió a sentir el aire, el oxígeno…

Se relaja un poco.

-Sí, volver a vivir el oxígeno, sentir el oxígeno. Maravilloso. Digo: “Dios, gracias”, por volver a sentir todo, porque ya muerto, ya no siente uno nada (reímos un poco por la obviedad). Ni decirte adiós, ni decirte nada…

-¿Queda un poco de miedo?

-Pues sí, queda un poco de miedo. Llegas a tener por ahí un resfriado y sientes: “Ah caray, otra vez”, no-no-no. Una tos, sientes el miedo y a correr a tu clínica. Me pasó e inmediatamente fui y me dijeron: “No, estás bien”. Quizá ya empiece a trabajar…

A su mujer le gusta que el chef le haga pescado empapelado, mariscos, mojarras. Él, lo que goza, es estar en casa, ver a sus nietos, “ver a mi gente”. Lo sencillo, que es lo profundo, lo entrañable.

Cuidado. No perdamos eso. No juguemos con la Covid, no seamos temerarios ahora, durante el semáforo verde, para no padecer lo de Lino. O lo del chef. O algo peor…

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