Cuando se publique esta columna prácticamente habrá pasado un mes de la elección presidencial. Me parece que es el penúltimo texto que vale la pena dedicar al análisis de los resultados electorales (nunca hay que decir que es el último). Y para ello, insisto en varias preguntas. ¿La oposición ya asimiló lo que ocurrió? ¿Ya hizo una gran introspección? ¿Una profunda autocrítica? ¿O sigue peleándose con el señor que ya se va, tal como lo ha hecho durante más de cinco años? ¿Cuáles han sido las explicaciones más sesudas acerca de la derrota opositora en palabras de sus más conocidas personalidades? ¿Y los análisis de quienes les hacen eco en los medios a través de artículos, columnas y caricaturas?

No he visto muchas miradas interiores que hayan surgido de la honestidad intelectual. Una o dos ejercicios, si acaso, que hasta el momento no trascendieron más allá de la retórica y que definitivamente no fueron disecciones precisas. ¿O usted sí ha visto un gran foro para debatir el futuro de la oposición? ¿Algún cónclave al respecto? ¿Algunas mesas ciudadanas? ¿Un intento para reconocer pifias, al menos un error estratégico durante la campaña presidencial?

Nada. Alguna excepción. La oposición sigue desaparecida. Básicamente los opositores al régimen morenista han tenido tres etapas. Primero, cayeron en negación. Luego, sucumbieron a la iracundia. Al final, flotan en una especie de estado de desolación. Y desde ahí, desde el absurdo de no asimilar lo acontecido, recurrieron a lo fácil, a irrespetar a los votantes. Con tono racista, les siguen llamando “indios”, “campesinos”, “narcos”, “suicidas”, “orates”, “escatológicos”, “changos”, irresponsables, esclavos, estúpidos. Así el nivel, pero bueno, vamos a ver realmente quiénes votaron por Sheinbaum

En primer lugar, contra lo que decía la oposición, fueron los jóvenes entre 18 y 29 años: prácticamente seis de cada diez (57%), mientras que sólo dos de cada diez escogieron a Xóchitl (22%). La juventud no se identifica hoy con los opositores al nuevo régimen. Punto. Y entre los jóvenes más maduros, los que tienen entre 30 y 44 años, tampoco: seis de cada diez votaron por ella (60%).

Otro mito opositor deshecho fue el que afirmaba que, a mayor nivel académico, la oposición apalearía. Pues no, hubo empate entre quienes tienen educación superior: 43% para Sheinbaum y 44% para Gálvez. En votantes con educación media-superior, la morenista ganó ampliamente, con 57% contra 28%.

Hubo una tercera leyenda urbana política que voló por los aires: mientras más ingresos tenga la gente (decían los opositores), “más vota oposición”. Pues no: quienes ganan $50 mil pesos y más votaron mayormente por Claudia, con seis puntos de diferencia (50% contra 44%). En todas las profesiones o trabajos Claudia ganó, salvo en aquellos votantes identificados como “patrón” o “empleador”, donde perdió por poco: 41% contra 39%.

Son datos publicados en El País. ¿Por qué sufragó así la gente? Otra encuesta de salida, ésta de El Financiero, obtuvo la respuesta: a la pregunta de “¿cuál es la razón por la que usted votó así?”, la frase ganadora fue “para continuar la transformación”. La mayoría de los mexicanos aprecian este nuevo régimen que instauró López Obrador y que consagró en las urnas Claudia Sheinbaum.

A partir de datos duros postelectorales como estos, la oposición tiene que asimilar: hoy, la mayoría no quiere a sus figuras. Damas, caballeros, intelectuales afines, busquen las razones de tal hecho y vean qué pueden hacer para representar alternativas de gobierno desde los municipios, luego en los estados, y finalmente a nivel federal. Y “alternativas” significa concebir algo mejor, pero no algo “mejor” de acuerdo a lo que se dicen entre ustedes en sus tertulias complacientes, sino a partir de entender de una vez por todas a los votantes.

O sigan en negación seis años más, esperando una desgracia ajena, pero recuerden: la leyenda del voto oculto era realidad… para ampliar casi en diez puntos el sufragio por Claudia que marcaban las encuestadoras antes de los comicios.

Se busca oposición, segunda llamada.

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