Claudia Sheinbaum tendrá un enorme poder como presidenta. “Enorme”, nos dice el Diccionario de la lengua española, quiere decir “mucho más grande de lo normal”. Inmenso, gigantesco, colosal, vasto, mayúsculo, descomunal, mastodóntico, enlista sinónimos el volumen de la Real Academia Española (RAE). Y sí, tal cual será su gobierno: poderosísimo.
Así lo determinó la gran mayoría del electorado: prácticamente seis de cada diez votantes la auparon a la Presidencia de la República. Dependerá de ella, de su forma de gobernar, que tan excepcional poder no se convierta en algo desmedido, desmesurado, atroz, espantoso, monstruoso y terrible, porque ésos también son sinónimos de “enorme”, apunta la RAE.
Coincido con lo que publicó ayer el escritor Juan Villoro: “Con inteligencia (Sheinbaum), acuñó un lema para definirse: ‘Continuidad con sello propio’. (…) Lo cierto es que no podía ganar sin una promesa de continuidad. Pero su destino y su legado dependerán de la otra parte de su propuesta: el sello propio”.
Sí, ese carácter personal definirá lo que ocurra con su tremendo poder. Tremendo, segunda acepción: “Digno de respeto y reverencia”. O tremendo, primera acepción: “Terrible, digno de ser temido”. Esas son sus dos alternativas en una nación tan polarizada como la que hereda. ¿De qué manera querrá ser recordada la primera mujer presidenta de México? ¿Por lo excesivo, por lo terrorífico, lo tremebundo, o por lo formidable, lo sobresaliente, lo magnífico? La forma en que Claudia vaya asimilando, procesando y ejerciendo su tremendo poder, establecerá si celebraremos a la presidenta Sheinbaum, o si los ciudadanos la padeceremos y la democracia mexicana la sufrirá.
Veo a gente talentosa en sus dos costados, como al ex rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, y a la ex directora de la Facultad de Ciencias de la Universidad, Rosaura Ruiz Gutiérrez, y de inmediato se me viene a la cabeza una palabra: política. Política y más política. Ciencia política. Y se me agolpan otros conceptos democráticos que Claudia y ellos han estado mencionando en estos días, los cuales derivan justamente de eso que tanto falta hizo en este sexenio: la política como el arte de negociar y convencer, no el ejercicio de imponer humillando, avasallando, injuriando, calumniando, aniquilando, y todos los ando que usted quiera agregar.
Conceptos democráticos, decía. La política como el espacio donde uno puede escuchar al otro y ser convencido con argumentos provenientes no del dogma y la intransigencia, sino del raciocinio. La política como herramienta de razonamientos surgidos de la ciencia, ese maravilloso sitio donde se requiere deducción, explicación, reflexión, pensamiento y demostración, una serie de elementos encaminados a probar algo o persuadir con sobriedad y justeza a quien está del otro lado de la mesa, tal como ilustra bien el Diccionario.
Diálogo, negociación, tolerancia, prudencia, respeto a la pluralidad y dignificación de las minorías. La política también como el oficio de seducir y persuadir, no de ofender y aplastar. La política donde se ejerce el poder con firmeza, porque ciertamente así lo mandató la ciudadanía, pero con suficiente diplomacia, delicadeza, sabiduría y templanza como para no tomar nunca la batuta con rudeza, de manera inmisericorde y despiadada.
La candidata ganadora tuvo casi 36 millones de votos (35.9) y con ello consiguió prácticamente el 60 % de la votación (59.75). Una diferencia de 32 puntos y 19 millones de votos. Electoralmente, eso representa una desmesurada paliza tanto en México como en cualquier país democrático. De ahí la relevancia de cómo gobernará la presidenta cuando asuma el poder. Ojalá que Claudia Sheinbaum sea realmente una política cortés, plena de entereza y urbanidad, muy receptiva con quienes difieren, una científica gobernante, quizá una estadista si nos va bien, y que no sucumba jamás a las tentaciones despóticas que emanarán de su tremendo poder.
Ojalá.
AL FONDO
¿De qué tamaño es la victoria del domingo pasado comparada con la gesta electoral del 2018? Andrés Manuel López Obrador ganó con el 53.19 % de la votación, contra el 22.27 % de Ricardo Anaya y el 16.40 % de José Antonio Meade. En aquel entonces AMLO le sacó treinta puntos porcentuales (30.92) a su más cercano competidor. En ese momento, el resultado pareció desorbitado.
Hoy, Claudia superó aquella hazana de Andrés Manuel, ya que logró dos puntos más de ventaja (32) y tuvo seis puntos porcentuales más (6.5) de los que logró obtener Andrés Manuel hace seis años (53 contra 59).
En número de votos, el actual presidente obtuvo 30 millones 113 mil 483 sufragios, contra 12 millones 610 mil 120 votos de Anaya, una diferencia de 17 millones 503 mil 363 votos. Esto es, que Claudia, con sus 35.9 millones de sufragios, logró casi dos millones más de votos (1.9 millones) de diferencia contra Xóchitl de los que obtuvo AMLO en 2018 contra Anaya.
En síntesis, Claudia lo superó en todo. Eso debería bastar para que la respetaran en Palacio Nacional. Respetar quiere decir tenerle consideración y deferencia y no pretender imponerle absolutamente nada.
Veremos qué ocurre el lunes en el Zócalo.
BAJO FONDO
Parece que durante estos cuatro meses tendrá a sus más peligrosos enemigos ahí cerca: más allá de factores externos, como las cifras del desempleo en Estados Unidos, esta semana le tiraron el peso y la Bolsa una y otra vez.
Qué imprudencia, ineptitud e impericia política de varios lenguaraces tribunos.
Twitter: @jpbecerraacosta