A partir de que perdió la elección presidencial en 2006, Andrés Manuel López Obrador decidió recorrer todos los municipios del país. Así lo presumieron en incontables ocasiones él y los suyos, sus seguidores y propagandistas, que lo espetaban en público y privado cada vez que podían, como si fuera una imprescindible letanía:

“Andrés ya recorrió todos los municipios del país.”

Andrés ya recorrió todos los municipios del país, te reverberaba en el cerebro aquel mantra político.

Luego de que en 2012 fue derrotado de nuevo en los comicios presidenciales, él y sus exégetas volvieron a ostentar el road trip, realizado a lo largo de los años posteriores y hasta 2018:

“Conoce el país como nadie. Sabe lo que pasa en cada ayuntamiento. Andrés ya recorrió todos los municipios de México.”

Andrés ya recorrió todos los municipios de México. Y sabe lo que pasa en cada uno de ellos. Oooomm.

Era mentira. O verdad a medias. Era cierto que había ido a todos los municipios, pero fundamentalmente visitaba las cabeceras municipales, ya que era justo ahí donde hacía sus mítines. Llegaba a la plaza central de cada lugar, saludaba a la gente al bajarse de su vehículo, la seguía saludando hasta que subía al templete (durante las campañas había mucha gente, pero el resto de los años, no: apenas se juntaban unas cuantas personas); pronunciaba su discurso, bajaba del templete, volvía a saludar a la gente, se subía a su coche, y se iba.

En ocasiones comía en un restaurante y de cuando en cuando se quedaba a dormir en un hotel, pero eso era todo. En su calidad de perenne candidato que era, estaba bien: tenía que mantenerse vigente mientras regresaban los tiempos de campaña.

Ahora bien, como método para recabar información sólida y documentada sobre los problemas locales y regionales de inseguridad, no funcionaba, no era confiable. Por tanto, era una gran falacia que AMLO conociera todo el país y que contara con información adecuada acerca de los grados extremos de violencia que, desde inicios de siglo, padecían miles de personas en cientos de municipios ubicados en varias entidades del país.

Desde el sexenio de Vicente Fox (2000-2006), y del propio López Obrador en Ciudad de México, la inseguridad se deterioraba de forma veloz, hasta que se organizó aquella concurrida marcha blanca por la paz en 2004. Las policías municipales estaban cooptadas por el narco (plata o plomo), y varias estatales también. En numerosos municipios, tanto urbanos como rurales, la gente yacía postrada (y horrorizada, pasmada) bajo el yugo del crimen organizado. Algunos de los casos más inauditos los vi en los éxodos del miedo en Sinaloa, los cercos de guerra en Michoacán, y en los pueblos quemados de Durango y Chihuahua, poblaciones fantasmas donde solo habitaban los narcos y dos que tres valientes o temerarios.

¿Construyeron policías adecuadas los gobernadores y presidentes de la república para los municipios y estados? ¿Ministerios públicos y fiscales eficientes y preparados? No. Mejor los parias gobernadores pedían y piden la presencia de la Fuerzas Armadas, y en eso ya llevamos 18 años desde aquella marcha contra la inseguridad de 2004, y desde que las organizaciones de la sociedad civil y la academia exigen un sistema policial acorde con la inseguridad que baña de sangre y puebla de desaparecidos tantas zonas de silencio de la república.

Donde uno se paraba y se para como reportero, solo o con la guía de colegas corresponsales, la gente clamaba (y clama) por la presencia del Ejército. O la Marina. Por eso, para el escándalo de los políticamente correctos en la comentocracia de aquel tiempo (sexenio de Fox), algunos periodistas sugerimos: “El Ejército a las calles, ya”.

Eso no iba a resolver el problema ni entonces ni ahora con la Guardia Nacional, nadie dijo eso nunca, pero la presencia de las Fuerzas Armadas sí es un inobjetable instrumento de contención mínima para evitar que la gente esté peor de lo que está, en manos de extorsionadores, tratantes de personas, secuestradores y sicarios.

¿Sabía durante sus periplos el gitano López Obrador de entonces que la gente sólo podía estar medio segura con la presencia de soldados y marinos, y que cada vez que esas tropas se retiraban la población volvía a padecer a los delincuentes y sus represalias por haber demandado la presencia de las tropas?
No sabía. ¿O un general sí se lo informó y él simulaba que lo desconocía? Por eso, por su ignorancia sobre el tema (o por mentir al respecto), AMLO reiteradamente fustigaba a Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, que usaban a las tropas.

Y no solo eso: utilizó indebidamente un término que ahora repite en su contra medio círculo rojo, sin al menos intentar comprender lo que sucede en las calles: “militarizar”. Militarizar. Caray, como si las palabras no tuvieran valor y poder, como si no importara desvirtuarlas y trivializarlas, desgastarlas hasta que pierdan sentido. Como si “militarizar” no proviniera en lo cercano (años 60, 70, 80) de las peores dictaduras de América Latina, donde las libertades fueron conculcadas a través de brutales represiones que acabaron con decenas de miles de vidas.

Qué importante es la honestidad intelectual, tan escasa hoy entre los grupos que aborrecen al Presidente, pero también entre los camisas moradas de él.

“Sí, sí, sí cambié de opinión, ya viendo el problema que me heredaron”, dijo el Presidente esta semana, al referirse a la inseguridad, y al justificar su deseo de que la Guardia Nacional siga bajo mando militar.

Bienvenido a la realidad (sin mentiras o simulaciones), Sr. Presidente. Bienvenido, Don Andrés Manuel Peña Calderón.


jp.becerra.acosta.m@gmail.com
Twitter: @jpbecerraacosta

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