Sucedió tan solo un día después de que Arturo Zaldívar proclamó, a los cuatro vientos, que la inteligencia e infabilidad de López Obrador era tan brutal que incluso había podido imponer a Xóchitl Galvez como candidata del frente opositor. Sin embargo, en su conferencia matutina, quien fuera proclamado como estratega y estadista por Zaldívar hizo una confesión que exhibió burdamente a su adulador.
López Obrador no tuvo ningún empacho en decir que, durante el tiempo que fungió como presidente de la Suprema Corte y del Consejo de la Judicatura, Zaldívar intervenía “respetuosamente” para presionar indebidamente a las juezas y jueces encargados de asuntos delicados para el gobierno federal.
Las palabras del presidente fueron tan claras como incriminantes: “Cuando se daban estos hechos y estaba Zaldívar se hablaba con él y él… hablaba con el juez y le decía ‘cuidado con esto’”. ¿Qué hacía Zaldívar? El propio presidente lo confesó. Cuando los procesos penales tenían irregularidades, el entonces ministro intervenía para obtener resoluciones a favor del gobierno. Sí una averiguación previa tenía inconsistencias, “entonces él ayudaba”.
Y es que, palabras más, palabras menos, López Obrador no solo confesó que Zaldívar fungía como correa de transmisión de su gobierno, sino que también fue responsable tanto de faltas administrativas como de la posible comisión de delitos. Nos dijo, para decirlo pronto, que Zaldívar no fue su “Secretario de Justicia”, sino su Extorsionador en Jefe.
Sería un error pensar que esto es solo una más de las ocurrencias del titular del Ejecutivo que se olvidarán rápidamente y no tendrán consecuencias. Lo que presenciamos representa un punto de no retorno en la lúgubre trayectoria de Zaldívar. Si antes se exhibió como un ambicioso que no tuvo empacho en aprovecharse de su cargo para obtener un hueso político, hoy se muestra como un persona que no respeta los más elementales principios de la ética y la independencia judicial.
Desde hace tiempo llamamos la atención sobre cómo Zaldívar dejó de comportarse como ministro para actuar como un político con toga. Además de patéticas actuaciones egocéntricas y sus endebles resoluciones (como sus votos en la consulta popular, la Ley de la Industria Eléctrica o la militarización de la Guardia Nacional), su renuncia al cargo de espaldas a la Constitución y su inmediata incorporación a la porra morenista terminaron por confirmar lo que muchos se negaron a creer.
Arrinconado y humillado tras los dichos de López Obrador, quien una vez fungiera como el primer presidente externo de la Suprema Corte y se llenará la boca defendiendo la independencia judicial, ayer, otra vez, se reveló como una caricatura de sí mismo. Quizá, precisamente, por eso Zaldívar colgó la toga, porque su hipocresía ya no cabía dentro de la misma. Su afán de protagonismo y sus múltiples traiciones a quienes lo han acompañado a lo largo de su carrera profesional lo pintan de cuerpo entero.
Por eso mismo no se debe permitir que este personaje vuelva a intentar dictar cátedra sobre cómo transformar el sistema de justicia. Que nunca más Zaldívar intente dar lecciones sobre independiente judicial y separación de poderes. Después del día de ayer, la escasa credibilidad que le quedaba quedó por los suelos. Da nada sirve simular foros sobre la justicia en México entre sus amigos y compañeros de partido, cuando es a todas luces sabido que lo que ese personaje busca es solamente agradar al poder en turno y beneficiarse del mismo.
La justicia tiene mucho que mejorar en México, no cabe duda, pero no de la mano de personajes tan hipócritas como mentirosos.
Juan Jesús Garza Onofre y Javier Martín Reyes. Investigadores en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.