El pasado 5 de octubre, el Comité Nacional para la Vigilancia Epidemiológica emitió en nuestro país un aviso por cólera, luego de la notificación de dos casos positivos en Haití. Si bien dicha enfermedad diarreica no se ha presentado en México desde el año 2019, la reciente pandemia de Covid-19 nos enseñó que en este mundo globalizado es fácil que las enfermedades crucen fronteras de manera rápida.
La muerte no era sólo una probabilidad permanente, como lo había sentido siempre, sino una realidad inmediata. “El amor en los tiempos del cólera”
-Gabriel García Márquez
El cólera es una amenaza latente a la salud pública y es también indicativo de falta de desarrollo, pues su transmisión está muy ligada con la falta de saneamiento de las fuentes de agua y al acceso insuficiente al recurso.
Como ya he mencionado en entregas pasadas, México ha disminuido desde hace años la inyección de recursos para la renovación y tecnificación de la infraestructura hídrica. Aunado a ello, las inspecciones por parte de CONAGUA a los permisionarios para explotar el agua se han desplomado drásticamente.
Ejemplo de ello es una reciente publicación del portal 5° Elemento, donde afirma que entre 2020 y 2021 el Río Santiago, que recorre 475 kilómetros desde el Lago de Chapala hasta el Océano Pacífico, era monitoreado por un solo inspector, quien tenía que vigilar los vertidos a dicho río de unos 40 mil usuarios.
La propia Auditoría Superior de la Federación ha expuesto que CONAGUA está trabajando con sólo una cuarta parte de los inspectores necesarios para vigilar el uso del agua y las descargas residuales en todo el país.
Otro problema latente que puede convertirse en una crisis de salud pública es la disminución en la inoculación contra enfermedades del cuadro básico. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición Continua 2021, ese año, sólo uno de cada tres niños menores de dos años tuvo el esquema básico de vacunación completo. Esto supone un riesgo altísimo para brotes epidémicos de otras enfermedades como la hepatitis, el rotavirus o la poliomielitis, que, al igual que la cólera, se transmiten a través del agua.
También la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) ha disminuido el número de operativos para la regularización e inspección de pequeñas purificadoras de agua, comúnmente llamadas “rellenadoras”, en diversas regiones del país, alertó en días pasados la Asociación Nacional de Productores y Distribuidores de Agua.
Podemos concluir que, si las fuentes de agua están cada vez más contaminadas, si existe menor supervisión y si se invierte poco en saneamiento e infraestructura hídrica, consumir agua en nuestro país se está volviendo altamente riesgoso, pues las probabilidades de adquirir enfermedades que se transmiten por el agua aumentan día con día.
Gobierno y sociedad debemos estar atentos y ser preventivos. Como consumidores, es nuestra responsabilidad informarnos sobre los riesgos de consumir agua contaminada. El agua se nos está acabando, pero lo que es aún más escaso actualmente en México es un agua de verdadera calidad.
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