Ha transcurrido un mes desde el inicio de la campaña presidencial 2024, en la que un lugar común ha reunido por más de 30 días a las candidatas y al candidato: los programas sociales y la seguridad. Por un lado, es natural la disputa para conquistar la confianza de los electores respecto a mantener los programas sociales e incrementarlos o ampliarlos, incluso llevándolos a escenarios imaginarios verdaderamente mágicos, pero en la política mexicana prometer no empobrece al remitente, sobre todo cuando el público, en el mejor de los casos, no está dispuesto o no tiene tiempo para observar y señalar la demagogia, y en el peor, no discierne entre verdad y mentira, quizá porque evita perder la esperanza.
En el caso de la seguridad los datos son evidentes, el gobierno actual fracasó en la materia y naturalmente es la pauta para la campaña de oposición como para la del régimen. En la primera se apuesta por el cambio en la estrategia y en la visión sobre seguridad y paz, mientras que la segunda afirma que México es un país cada vez más seguro, aunque las cifras demuestren que vivimos el sexenio más violento de la historia moderna.
Ambos tópicos son generales y fáciles de comunicar al pueblo entero, nadie se opondría a que los programas sociales permanezcan y se incrementen, ¿pero qué proyecto tendrá la autoridad moral para conquistar el voto a través de esa propuesta?
La estrategia de seguridad debe cambiar, eso es innegable y el electorado está ávido de una propuesta seria y en busca de un líder que demuestre no tener misericordia ante los atroces espectáculos que hemos vivido en los últimos años, ¿qué proyecto puede radicalizar el tema y llevarlo a una decisión entre continuidad o cambio?
Por supuesto que estos dos temas deben ser discutidos por quienes aspiran a la Presidencia de la República porque ganando la narrativa sobre cualquiera de los dos, consecuentemente ganarían muchos votos, pero existe un número de agentes determinantes de esta elección a los que nadie está entusiasmando y peor aún, están olvidando: los jóvenes.
Son más de 26 millones de jóvenes mexicanos entre los 18 y 29 años de edad inscritos en la Lista Nominal de Electores, prácticamente conforman el 25% del total de la Lista, misma que rebasa los 100 millones de electores, ¿número insuficiente para tomarlos en cuenta en sus discursos?
Vivimos un gran momento para lograr entusiasmar a los jóvenes a través de redes sociales, esa generación cuenta y utiliza a TikTok como plataforma de búsqueda, allí emiten juicios y confirman su empatía con likes, pero hasta ahora, ninguno de los tres proyectos la ha sabido utilizar para expresar sus ideas sobre el país que pretenden gobernar, en cambio han decidido sobrealimentar a la audiencia con contenido banal para para proyectar carisma, olvidando que los jóvenes tienen, todavía, capacidad para emocionarse soñando.
Resulta extraño que este amplio número de personas, que además probablemente desconozcan el pasado de los partidos políticos porque no vivieron conscientemente la política de años anteriores, no figuren entre las prioridades de las campañas, cuando son el grupo de votantes que pueden formar su criterio sin sesgos del pasado.
Solo los jóvenes podrían inclinar la balanza en esta campaña, pero para lograrlo hay que entenderlos y no menospreciarlos apostando por su abstencionismo, se les debe conquistar. En ninguna de las campañas figuran personajes encargados de la estrategia juvenil de sus proyectos, y si los hay no tienen el suficiente impulso al interior de los equipos de campaña para ser relevantes.
Las candidatas y el candidato deben entender a los jóvenes como adultos en crecimiento, que tienen preocupación por el futuro e inquietud por el presente, los jóvenes aspiran por naturaleza y sueñan con mucha fuerza, los partidos que impulsan los tres proyectos presidenciales deben convencerse que ningún joven se va a motivar para ir a la urna el domingo 2 de junio por ver bailar a un candidato; sin propuestas serias de nada sirve vestirse como joven o tener una edad cercana a la juventud; los jóvenes anhelan emprender un negocio o trabajar con la tranquilidad de mantener su empleo por mucho tiempo, quieren estudiar en la universidad que más les guste y salir a la calle sin miedo, los jóvenes necesitan espacios para desarrollarse en plenitud en todos los sentidos: físicos, mentales y hasta espirituales, esperan lugares dignos para la recreación y apoyos que los lleven al siguiente nivel. No quieren regalos, pero sí apoyos para seguir adelante.
Es insuficiente caminar entre los auditorios de la Ibero o del ITAM, necesitan escuchar y atender urgentemente a los jóvenes que abandonaron la escuela a temprana edad y ya trabajan como jornaleros, a los que formaron familias desde la adolescencia, a la juventud desempleada y a la juventud que vive al día. Ahí están los jóvenes esperando, quieren entusiasmarse y sentirse representados, pero hoy, son los olvidados.