Reunir todos los poderes bajo el mando presidencial es el fin último de cualquier proyecto que busque imponer un sistema autoritario. Para lograrlo en la época moderna se necesita más que astucia, pues avanzar hacia ese destino sin retorno no es posible sin una perfecta simulación, en donde el líder debe convencer a los ciudadanos -o como los autoritarios prefieren llamarlos- al “pueblo”, de ser un verdadero demócrata, enamorado de su país y de su gente, y sobre todo, de que es un instrumento que necesita su confianza –y el poder- para cambiar todo lo que al “verdadero pueblo” le duele. Además, debe incendiar sus pensamientos imponiéndoles un enemigo imaginario al que, juntos, deben derrocar para siempre.
En la simulación debe encargarle tareas al pueblo, pero deben ser sencillas: escuchar y replicar sus mensajes; y votar por él y los suyos siempre que sea necesario. Eso necesita de su pueblo para que el poder sea suyo hasta niveles que ni siquiera sospechó algún día. Si eres Titular del Ejecutivo, solo necesitarías replegar los otros dos hacia ti. No es una tarea sencilla, pero si tu pueblo siguió las dos tareas encargadas, tampoco será difícil.
Tu pueblo hizo la tarea, la simulación fue perfecta, te creyeron, confiaron en ti, tienes los dos poderes que puedes conquistar mediante el voto popular, pero necesitas completar el círculo virtuoso, en donde puedas imponer tu voluntad a través de las leyes, sin oposición en los mecanismos de control y sin muros que detengan el tren del poder absoluto. Controlar el Legislativo mientras ostentas el Ejecutivo no sirve de mucho si cada vez que quieres exceder tu poder hay otro Poder vigilándote y sancionándote, pero para suerte del autoritario, en México solo es cuestión de paciencia. La Constitución, a pesar de todas sus virtudes y bondades, está atada por los legisladores que, arrastrados por la ola de la popularidad de su líder, ocupan sus curules y escaños para vigilar que las leyes, incluida la Carta Magna, no cambie ni una sola coma si esto afecta la consolidación del proyecto autoritario.
Hacerse del Poder Judicial en México solo es cuestión de tiempo si no buscas moldearlo y te conformas con inhabilitarlo… y si la simulación logra ser transexenal.
Pero fuera máscaras, este no es un cuento ni la introducción de una película de ficción, es la lectura rápida de una película histórica reciente, en donde el régimen podría inhabilitar al Poder Judicial si el siguiente nombramiento de ministro lo lleva a cabo un Senado integrado por una enorme mayoría morenista, derivado de una terna enviada por una Presidenta de la República emanada de Morena.
El Pleno de la Corte necesita al menos 8 de 11 votos a favor de una sentencia de inconstitucionalidad propuesta por el ministro o la ministra ponente, si esto no sucede, si no se alcanzan los votos el proyecto se desestima, lo que no significa que una norma es constitucional, sino que esta permanece porque no prosperó el proyecto de inconstitucionalidad.
Tomando en cuenta que ha sido mediante acciones de inconstitucionalidad que la oposición ha defendido a nuestra democracia de proyectos que atentan contra ella, como el caso del famoso “Plan B” y que en la Suprema Corte de Justicia de la Nación hay tres ministras que, consistentemente, votan conforme a la “línea presidencial”, solo se necesitaría que la próxima presidenta sea morenista y la designación de un ministro o ministra dispuesta a conformar un “bloque” en la Corte para inhabilitar las acciones de inconstitucionalidad y con ello, permitir que los legisladores violen la Constitución reiteradamente si así lo necesita su líder.
Por su naturaleza el Poder Judicial no puede ser sometido a decisión popular, sino que debe atravesar por procesos democráticos que garanticen tener perfiles imparciales, legitimados, con los conocimientos técnicos necesarios para impartir justicia adecuadamente y que impidan a una persona o a un proyecto tener poder absoluto de las instituciones y por ende, de México.
Sin embargo, el Poder Legislativo y el Ejecutivo siguen siendo electos mediante el sufragio, es ahí en donde el pueblo puede frenar el avance autoritario, solo ahí. No es momento – y nunca lo será – de darle un cheque en blanco a quien pretenda gobernarnos, el remitente expuso un riesgo latente en los párrafos anteriores, dependerá del destinatario la digestión de los mismos. Nos vemos el 02 de junio.