Jovany Hurtado García

A Eduardo García Cervantes y

Alberto González García.

Recordamos porque necesitamos sentirnos vivos, deambulamos en un espacio donde cada día nos vamos quedando más solos, y la memoria nos lleva a esos momentos que nos definen. Aparece en mi mente el ir tomado de la mamo de mi abuelo, entrar al estadio Azteca y ver el monumental campo, escuchar los gritos de las porras en las gradas y el ir y venir de los vendedores. Aquel 5 de septiembre de 1998, Necaxa vencería al América, y nacería una pasión heredada, porque a aquel equipo, comprendería con el tiempo, se le va por tradición y por voluntad. El necaxista es un ser que comprende que cada fin de semana vivirá con pasión cada minuto y sufrirá los malos ratos, ello implica una fidelidad que pocos equipos pueden presumir.

Necaxa fue el primer campeonísimo de México; se le conoció como los Once Hermanos, porque se conocían a tal punto que jugaban de manera sincronizada, aquel equipo representaría a México en los Juegos Centroamericanos de 1935 en San Salvador, consiguiendo la medalla de oro, por aquella hazaña el Necaxa es el único equipo que puede utilizar los colores de la selección.

Los Necaxista vivimos de las glorias, y esperamos pronto se repitan. Todos sabemos del mítico partido entre el Santos de Brasil, donde jugaba el “Rey Pele”, que se llevó acabo en el Estadio Olímpico Universitario, donde los Rayos se impusieron con un marcador de 4-3 con goles de Dante Juárez, Peniche y “Chatito” Ortiz; recordamos la historia de cuando se quemó el estadio Asturias en 1939, Necaxa “el equipo del pueblo” con su figura Horacio Casarín se enfrentó al Asturias, y el árbitro Fernando Marcos indicó un penal a favor del equipo de casa, provocando la colora de los aficionados del Necaxa; los Rayos marcaron la época de los noventas con jugadores como Alex Aguinaga, “El ratón” Zarate, Nacho Ambriz, Ricardo Peláez, Nicolás Navarro, García Aspe; y como olvidar el tercer lugar obtenido en el Primer Mundial del Clubes, venciendo en tanda de penales al Real Madrid.

Esas son las glorias de las que vivimos, pero ser aficionado de los Rayos implica los tragos amargos: saber que desapareció por años asumiendo el nombre de Atlético Español; enojarse con la partida de los mejores jugadores –menos Aguinaga- al América; verlo mudarse de la Ciudad de México a Aguascalientes; y llorar, junto a mi abuelo, en el estadio Azteca cuando cayó el gol del “Tano” Ortiz que nos mandó a la división de Ascenso.

Ser necaxista es disfrutar una tradición que pocos conocen, se le ama y como toda relación de amor, se sufre, pero no se le puede dejar. Al Necaxa se le va por herencia, por honor a quienes soportaron las vicisitudes del pasado y por orgullo de las glorias. Somos pocos, y quizá por ello lo dice bien Juan Villoro: “Necaxa es para minorías ilustradas”.

Celebro el Centenario del Necaxa, y lo hago pensando en mi abuelo: Eduardo García Cervantes, el mayor necaxista, quien cada sábado antes de empezar los partidos me contaba aquellas glorias. Ahora veo los juegos y escucho su voz, oigo su grito de gol y lo observo golpearse las rodillas al darse cuenta que nos anotaron gol; y tampoco olvidó aquel último partido que fuimos a ver, donde yo lo tomé con fuerza de la espalda. Eso es el Necaxa, una tradición que se lleva en la sangre, porque como yo muchos niños ahora van a ver a su equipo con el sueño de gritar gol y llegar a la cuarta estrella, al final el Necaxa es un rayo y no se apaga.

De paso saludo a grandes necaxistas: José Woldenberg, Juan Villoro y Rafael Pérez Gay.

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