Sidney Tarrow, politólogo estadunidense, en su libro Power in Movement estudia el poder de los movimientos sociales, sus mecanismos y las estrategias de presión que utilizan para conseguir sus objetivos. Los métodos utilizados se van modificando para mantener el efecto sorpresivo que permita dar originalidad a su protesta y sea un desafío para la autoridad contra la que se manifiesta o hace la exigencia de justicia o reconocimiento de algún derecho.
En nuestro país los movimientos sociales han sido catalizadores de los cambios históricos que hemos tenido, pensemos en la huelga de Río Blanco y Cananea; el movimiento ferrocarrilero, de los médicos, el estudiantil de 68 y 71, el EZLN, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Todos modificaron la realidad política y social de México.
En la memoria social persiste el movimiento estudiantil de 1968 debido a que sus formas de protesta, sus consignas y, sobretodo, la toma del espacio público fue un reto al poder autoritario. Se desafió al Presidente Díaz Ordaz cuando se tomó el Zócalo: protestar frente al balcón del Palacio Nacional –“Sal al balcón hocicón” –; poner una bandera de huelga en el asta; no detener sus propuestas ni con la represión.
Aquellas formas de protestar han tenido que modificarse e implementar otro tipo de estrategias que permitan no perder el elemento sorpresivo que genere un cambio de perspectiva. Los antimonumentos son una irrupción radical en el espacio público: no solo lo modifica sino, también, hace permanente la protesta, sin importar el tiempo y la persona que se encuentre en el poder.
Mi recuerdo de niño del Paseo de la Reforma, Avenida Juárez, Madero y el Zócalo es el de los grandes monumentos encabezados por el Ángel de la Independencia, la Diana Cazadora, Cuauhtémoc, la desaparecida Glorieta de Colón, El caballito y las estatuas de los liberales que reguardan las dos aceras de la avenida y, ahora las heroínas que hacen justicia al papel histórico de las mujeres. Esta realidad fue transformada por la apreciación de los antimonumentos que recuerdan las grandes tragedias que hemos vivido como sociedad, el primero en aparecer fue en 26 de abril de 2015 que hace referencia a la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, a este siguió: el de la tragedia de la Guardería ABC donde 49 niñas y niños murieron; David y Miguel dos adolescentes que fueron secuestrados cuando viajaban a Ixtapa Zihuatanejo; Pasta de Conchos sobre la tragedia de la mina donde 65 mineros perdieron la vida; la antimonumenta que es un reclamo a la violencia imparable que padecen las mujeres en nuestro país; el de 2 de octubre instalado en el Zócalo capitalino; la masacre de los 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas; y el Halconazo de 1971.
Los antimonumentos trasladan al futuro la protesta como una consigna de que la justicia, muy difícilmente, llegará. Lamentablemente estas injusticias forman parte de nuestra historia y nos dicen: la patria también está conformada por la tragedia.
Es muy idealista pensar que los antimonumentos, algún día, formarán parte de una tragedia que encontró justicia y serán un recordatorio de lo que la corrupción y la ilegalidad pueden ocasionar. Mientras tanto quienes transitamos por esta hermosa avenida esperamos que algún día la justicia llegue a la vida de todos, porque esta nueva forma de protesta nos recuerda que la tragedia es de todos y la exigencia de justicia nos corresponde hacerla de forma colectiva. Nadie se salva solo…
Hasta aquí Monstruos y Máscaras…