Una imagen atroz le ha dado la vuelta al mundo: a través de las pantallas y dispositivos móviles nos enteramos de que un canal de televisión en Guayaquil fue secuestrado por el crimen organizado. Las imágenes se trasmiten en vivo. Trabajadores de aquel canal se encuentran en el piso, son pateados y amenazados. Los delincuentes apuntan con armas largas. Algunos tienen los rostros tapados. Otros muestran artefactos que parecen bombas. Quienes han sido secuestrados, en su lugar de trabajo, muestran miedo. El televidente puede pensar que se trata de una broma, nada de eso. La realidad ha rebasado a la ficción: asalto a un canal de televisión, secuestro de policías, criminales que se dan a la fuga de las cárceles, grupos armados que irrumpen en las universidades. El hecho desenmascara un conflicto arraigado y pone al descubierto la erosión del Estado en Ecuador.
La realidad nos dice que en 2023 se contabilizaron 7,878 homicidios; que el presidente Daniel Noboa a declarado que existe “un conflicto armado interno”; Ecuador es un territorio donde los carteles mexicanos y colombianos almacenan, procesan y distribuyen drogas; que el “Operativo Metástasis” dejó la detención de 29 personas entre los que estaban jueces, fiscales, policías y abogados.
El retrato de la realidad de Ecuador es propio de la violencia que vivió Colombia y que vive México. La solución tendría que ser más profunda que declarar la guerra, como Felipe Calderón lo hizo en 2006 donde los resultados son: el desmembramiento de los carteles en pequeñas bandas criminales que se pelean el territorio; la corrupción de las estructuras de gobierno; miles de muertos y desaparecidos; ciudades controladas por el crimen organizado. El problema se agravó más cuando se tomó una decisión electorera sin el análisis técnico y político.
La solución tendría que ser más profunda y pasaría, necesariamente, por el fortalecimiento del Estado, que ha sido debilitado y difuminado. Para entender esto se tendría que regresar a la teoría, leer a Georg Jellinek o Hans Kelsen para recuperar los fundamentos de lo que es el Estado y de la importancia que tiene para el individuo; solo así se podría apostar por el control territorial, erradicar la corrupción, fortalecer el sistema penitenciario y de justicia; y dejar que la seguridad esté a cargo de una policía profesional y no en el Ejército. Solo de así se
lograrían vencer las desigualdades que son las que fortalecen al crimen organizado, y lo son porque logaran dar empleos y protección, lo que nuestros Estados, no.
Y después de fortalecer el Estado se tendría que apostar por una alianza entre las naciones que habitan en América. El narcotráfico es un problema en común. No sirven las soluciones solitarias si no hay una estrategia en conjunto: ¿Quién regula la venta de armas? ¿Quién garantizar que las fronteras estarán cerradas para el tráfico de las drogas? ¿Quién se compromete a erradicar los paraísos fiscales a donde llega el dinero del narcotráfico? No se trata de que América Latina ponga los muertos para que las drogas lleguen a los consumidores potenciales de Norteamérica.
¿Cuál será el camino que tome Ecuador? ¿Entenderán que pueden encabezar un cambio de visión en el combate al crimen organizado o seguirán los ejemplos mal logrados de México y Colombia? ¿Será tiempo de volver a discutir en nuestros países el controversial tema de la despenalización de algunas drogas? ¿Seremos capaces de encontrar soluciones en conjunto o seguiremos atrincherados en nuestros nacionalismos nopaleros?
Hasta aquí Monstruos y Máscaras…