Josep Borrell Fontelles, Alto Representante de la Unión Europea para Política Exterior y de Seguridad y Vicepresidente de la Comisión Europea

Como Alto Representante de la Unión Europea para Política Exterior y de Seguridad, ha sido mi prioridad dar renovada forma política al sentimiento de comunidad que une Europa y América Latina y el Caribe (ALC). Un sentimiento forjado por los trasiegos de millones de personas de un lado al otro del Atlántico, unidos por una historia, lenguas y culturas comunes. Y para ello, la reciente III Cumbre UE-CELAC1 que ha reunido en Bruselas a los líderes de sesenta países, casi un tercio de los miembros de las Naciones Unidas, el 14% de la población y el 21% del PIB mundiales, ha relanzado nuestra asociación estratégica.

Esta Cumbre imprescindible ha sido un gran paso diplomático impulsado junto con la Presidencia española del Consejo de la UE. Hemos superado un largo periodo de desencuentro desde la anterior Cumbre, celebrada hace 8 años. El mundo ha cambiado drásticamente desde entonces, con la emergencia de China, los devastadores efectos de la pandemia y de la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania. Nos queda ahora mucho trabajo para impulsar una agenda compartida mutuamente beneficiosa para las dos regiones.

Ni en la UE ni en ALC queremos regresar a la guerra fría ni a una política de bloques. Al contrario, queremos promover una visión pluralista de la comunidad internacional asentada en normas, cooperación y resolución pacífica de los conflictos. Esta visión está en peligro y, en un mundo de gigantes, cada uno de nosotros no puede defenderla solo. No olvidemos que más allá de comercio o diplomacia, los puentes más sólidos que podemos tender entre la UE y ALC son los que refuerzan los derechos y las libertades políticas.

A pesar de la pandemia, he viajado seis veces a ALC y he percibido bien el resquemor por la negligencia que se atribuye a Europa en su acercamiento a ALC. Y ello a pesar de que las empresas europeas

siguen siendo el mayor inversor en la región, con una inversión directa que supera lo invertido por la UE en China, Rusia, Japón e India juntos. China, sin embargo, se ha convertido gracias a su escala en el primer socio comercial de casi todos los países de ALC. Mientras tanto nuestros proyectos de acuerdos de asociación y comerciales han permanecido estancados o esperando urgentes modernizaciones. A este impasse se ha unido el sentimiento de que, aunque compartimos valores, nuestras prioridades no siempre coinciden.

Por eso la Cumbre ha decidido modernizar nuestra relación para adaptarla a los grandes retos globales con cumbres regulares cada dos años, una instancia de coordinación permanente y una hoja de ruta birregional, con acciones concretas hasta la cita en el 2025 en Colombia.

En esta cumbre hemos presentado, junto a los estados miembros de la UE, una agenda de inversiones que suma 45 mil millones de euros hasta 2027 en energías renovables, la transformación digital o la innovación farmacéutica y el fortalecimiento de los sistemas sanitarios. También hemos suscrito una Alianza Digital con 20 países de la región a fin de defender juntos una transformación digital centrada en el ser humano, especialmente importante para una región con elevados niveles de desigualdad y una productividad estancada.

El objetivo de ese esfuerzo inversor es modernizar y estrechar lazos, no dependencias. ALC quiere aprovechar las nuevas transiciones para industrializar sectores clave y agregar valor a su enorme potencial en biodiversidad, energías renovables, producción agrícola y materias primas. Quiere crecer, pero con mayor igualdad y sostenibilidad. Nuestra relación debe ser fundamentalmente política y no puede resumirse en un listado de inversiones, pero Europa puede aportar capacidad tecnológica y también necesita alianzas con socios confiables para diversificar sus cadenas de suministros.

Para los europeos es urgente comprender que debemos comprometernos no solo con nuestros problemas, sino con los problemas de nuestros socios. ALC nos pide buscar soluciones a cuestiones clave que caen bajo la rúbrica de la justicia global: alivio de la deuda, financiamiento climático, bonos verdes y atracción de

inversión privada, reorganización de cadenas de valor (evitando políticas extractivistas), fiscalidad a escala global, lucha conjunta contra las drogas y crimen organizado, entre otros temas. Esto implica también estar dispuestos a reformar el sistema multilateral y las instituciones financieras internacionales para que sean más justas y representativas. En definitiva, la región pide su influencia en las principales mesas de decisión del mundo.

La Cumbre no ha representado un avance en las negociaciones con Mercosur, pero tampoco se esperaba que lo fuera. Las negociaciones concluidas en 2019 con un “acuerdo de principio” continúan para lograr un acuerdo definitivo.

Nuestra relación debería contribuir a una nueva prosperidad social descarbonizada, en acertada frase del Presidente de Colombia, haciendo que la defensa del planeta sea compatible con el progreso material y la equidad social. También debemos superar nuestras diferencias geopolíticas. La gran mayoría de ALC ha condenado en las Naciones Unidas la invasión rusa de Ucrania. Pero la importancia relativa de esta guerra de agresión no se percibe de igual manera. La discusión del comunicado final reflejó bien esta tensión entre la cerrada unidad europea ante una cuestión existencial y los diferentes matices en el seno de ALC. La cuestión se saldó con la exclusión de Nicaragua, pero no de Cuba ni de Venezuela, de la redacción final que hace clara referencia a una guerra “contra” Ucrania y no “en” Ucrania.

Mi conclusión de la Cumbre es que la defensa de los principios de la Carta de las Naciones Unidas y de un sistema internacional basado en normas en una época de tendencias autoritarias y dinámicas populistas requiere más que nunca de un decidido partenariado entre la UE y ALC. No podemos permitirnos otra década perdida.

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