Estamos frente a un momento decisivo en la vida de nuestro país, o nos quedamos atrapados en la fábrica de odio con la que a diario amanecemos, o construimos caminos para el futuro por desafiantes y adversos que hoy resulten.
La fábrica de odio ha logrado imponer su agenda y tener de lado los mayores reflectores y las bocinas más altas para escuchar en todo México adjetivos, descalificaciones, burlas, sarcasmo, abuso de poder y polarización. Esta fábrica de odio está calando fuerte en miles de actitudes que se van peligrosamente normalizando.
Se han venido construyendo desde Palacio Nacional dos bandos: los buenos y los malos; conmigo o contra mí; traidores o aliados.
Estorba la civilidad política, el respeto a la libertad de expresión, las leyes, la democracia, y todo aquello que se catalogue como amenaza para seguir avanzando en un proyecto que, de suyo, reconoce solo a una parte de la población e ignora y desprecia al resto.
Esta polarización, este bullying cotidiano, esta fábrica de odio, tienen ya consecuencias y costos incalculables. Mencionaré solo algunos de ellos advirtiendo que la reconciliación, el diálogo y la construcción de acuerdos podría llevarnos años, o tal vez, décadas.
1.- La confrontación ha dejado de lado los temas realmente importantes para la ciudadanía. El ruido es tan fuerte que tanto el dolor de miles de personas, como la búsqueda de respuestas para aliviarlo, han pasado a un segundo plano.
2.- La estridencia y los adjetivos se han impuesto sobre las razones, las propuestas y los acuerdos. Entre más ofensas y señalamientos haya, más recompensas en likes y apoyos del sector que se sienta representado.
3.- El diálogo y la construcción de acuerdos para aprovechar oportunidades, algunas de ellas extraordinarias, así como para enfrentar retos y problemas que afectan a millones, siguen en lista de espera.
4.- Culpar al neoliberalismo, conservadurismo y corrupción por la escasez de medicamentos, por la creciente inseguridad y avance del crimen organizado, por la débil economía, no solo fortalece el rencor y odio de diversos sectores de la población respecto a otros, sino exime de cualquier responsabilidad a quienes hoy deben responder.
5.- El permiso para odiar ha dado licencia a actitudes y a grupos que hoy públicamente manifiestan y promueven la violencia de sus ideologías. Los grupos neonazis festejando, los extremos de izquierdas y derechas que excluyen y dejan sin espacio a las mayorías.
6.- Las redes sociales cobijadas por el anonimato se han convertido en la carretera más concurrida para difamar, estigmatizar y atacar a quienes se considere enemigos.
La historia nos enseña que con odio y confrontación nada grande se ha construido ni en las parejas, ni en las familias, comunidades y países. Las guerras civiles y la balcanización destruyen por generaciones.
Hoy debemos decidir si apostamos por el futuro y somos capaces de colocarnos por encima de la fábrica de odio, o seguimos atrapados y acrecentando esta división. Las manifestaciones del pasado 13 de noviembre en las diferentes ciudades del país, son un aliento en la defensa de nuestras instituciones que por capricho se buscan destruir.
Tal como lo advierte Macario Schettino: “hay que actuar ya considerando el fin de este gobierno. Hay que ir construyendo ese espacio de reconciliación y reconstrucción que requeriremos en menos de dos años”.
El tigre del odio está suelto, pero también la determinación de millones para construir y conciliar, ¿qué elegimos?