En todos los regímenes autoritarios, sin excepción, hay al menos dos señales que advierten sobre el riesgo de perder los derechos fundamentales; la primera sin duda es amenazar, coartar, agredir e intimidar el derecho a la libertad de expresión. Intentos por encubrir las atrocidades cometidas para callar voces, para intentar apagar el libre pensamiento y para usar las herramientas del poder contra quienes son críticos o piensan distinto han escrito páginas sangrientas a lo largo de la historia. Las y los defensores de la libertad de expresión han sido torturados, asesinados, desaparecidos, se les ha confiscado su patrimonio y son tachados de enemigos con propósitos siempre perversos.
La libertad de expresión, enfrenta múltiples amenazas cuando se debilitan las instituciones y se desprecia la legalidad; cuando de manera sutil o intimidante, se incentiva la llamada “autocensura”; cuando el poder del estado castiga con adjetivos, difamaciones, calumnias o todo aquello que esta a su alcance para negarle legitimidad a quien la ejerce.
Una segunda señal que anticipa tiempos oscuros y profundamente dolorosos es la quema de los libros y escritos, como si con ello se asesinaran mentes, ideas distintas, propuestas que pretenden desaparecer. Ya lo afirmaba Heinrich Heine "Donde se queman libros se terminan quemando también personas."
Pero sin duda, uno de los mayores riesgos, es que la pérdida de esta libertad de expresión puede irse dando de manera silenciosa y al principio casi imperceptible, hasta haberla herido de muerte.
Una vez dañada esta libertad irrenunciable, perder el resto de las libertades resultará para entonces una tarea más sencilla y rápida.
Justo, porque la libertad de expresión es la primera y más importante en un régimen democrático, justo por ser la gran muralla que pone a salvaguarda el resto de las libertades, merece y debe defenderse sin titubeos, con total compromiso, valor y coraje.
Son reiterados los ataques, descalificaciones, adjetivos desde Palacio Nacional con que se acusa a medios, mujeres y hombres periodistas, pensadores, cartonistas, y toda o todo aquel que con sus plumas o con sus voces ejercen su derecho al libre pensamiento y a la libertad de expresión, son un mensaje que abona una y otra vez a satanizar a un bando como conservador, enemigos de la transformación, mentirosos, hacedores de un complot, etc.
Incluso se ha pedido y hasta exigido a medios internacionales “una disculpa” por tal o cual publicación.
Si para estos ataques es necesario engañar al Presidente poniendo en boca de algunos periodistas palabras o expresiones que nunca dijeron, pues nada importa porque ya están en la lista de los malos y los traidores.
“Presidente, nadie esta en contra de usted y de su gobierno, solo le pedimos que evalué, ¿Qué le aporta más, si una critica inteligente, de buena fe y constructiva o los lacayos que cuando usted pregunte la hora, le respondan… La que usted quiera, señor Presidente. Mire, se lo digo de todo corazón, yo no creo que haya un hampa periodística, a mi jamás nadie me ha hablado en un lugar secreto para ver cómo perjudicamos al gobierno de López Obrador, o soy muy bruto como reportero o no me toman en cuenta. Sus colaboradores no saben leer o mienten.” Aquí transcribo parte del cuestionamiento de Ricardo Rocha al Presidente en una mañanera: su voz y reclamo encuentran eco, un eco cada vez de mayor alcance y magnitud.
Por el bien de la democracia, de los derechos irrenunciables, del resto de las libertades, defendamos y fortalezcamos la libertad de expresión, porque tal como lo afirmó José Luis Sampedro “Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no sirve de nada.”