En los países hay al menos dos caminos para expropiar: el que hacen los gobiernos autoritarios y dictatoriales; y el que hace de manera cotidiana y con absoluta impunidad el crimen organizado.
En el caso de México, el crimen organizado es el gran expropiador, porque a través del cobro de piso, secuestro, invasiones, amenazas, su avance territorial, su intervención en los procesos electorales; el obligar a las comunidades a abandonar sus hogares, negocios, el apropiarse de patrimonios de varias generaciones, lo convierte en ello.
Porque además de expropiar negocios, territorios, se han apoderado también de nuestras carreteras, rutas de transporte, parques, calles, sembradíos, montañas, playas, centros recreativos, entre otros.
Este semana fue nuevamente oscura para México en cuanto a violencia e inseguridad. Homicidios contra políticos de la oposición; niñas, niños y adolescentes armados para combatir a otros niñas, niños y adolescentes que forman parte de las filas del crimen organizado, porque ahora son los menores los que hacen frente a los delincuentes para proteger sus comunidades.
El robo y las amenazas a los transportistas en carreteras y en las diversas rutas para transitar entre municipios, colonias, avenidas. Los productores del campo condicionados por el crimen, lo mismo que productores y distribuidores de pollo, tortillas, carne.
Los pequeños y medianos empresarios sometidos al cobro de piso, igual que aquellos que tienen negocios como estéticas, barberías, cocinas económicas, tiendas de la esquina, tintorerías, sastres.
Religiosos, religiosas o sacerdotes, amenazados y sentenciados a muerte por defender comunidades o por demandar más seguridad.
Comunidades enteras en Chipas siendo desplazadas por el crimen organizado, sin tener a dónde ir, dónde vivir, dónde construir un hogar porque el suyo se los arrebataron los delincuentes.
Masacres contra nuestros jóvenes, secuestros a los inmigrantes centroamericanos, el incremento en la trata de personas, feminicidios, nuestros desaparecidos. Organizaciones civiles señalan que cada hora desaparece una persona en el país.
Cifras de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, señalan que en 2023 se cometieron 81 homicidios dolosos cada día.
La imagen de niñas y niños armados en Ayahualtempa, Guerrero, es el mejor ejemplo de que la estrategia “abrazos, no balazos”, es fallida, porque mientras las y los ciudadanos vivimos temerosos, los delincuentes se mueven por todo el país con libertad e impunidad.
México vive en modo alarma porque la estrategia de seguridad del presidente nunca funcionó ni funcionará. A meses de que concluya su sexenio, la inseguridad y la violencia se recrudecen. Su gobierno se perfila para ser el más violento y peligroso en la historia de nuestro país.
El presidente permanentemente en campaña, reitera una y otra vez, que habrá continuidad en su modelo de gobierno a través de su precandidata presidencial. No queremos la continuidad de la muerte, de la impunidad, del terror, de las expropiaciones a mano armada, de la destrucción de hogares y territorios completos; de seguir viviendo en el terror mientras los criminales y delincuentes gozan de impunidad y avanzan contundentemente, sin contención alguna.
En nuestras manos está, y en nuestra determinación, claudicar frente a los criminales y un gobierno que les ha fortalecido y nos ha robado con ello la paz y el patrimonio; o luchar sin titubeos y hacer posible un México en donde la defensa de la vida, de la verdad y la libertad, sea lo que prevalezca.
Senadora de la República