Se llama Jaime Urrutia Valenzuela y lo apodan El maestro. Es, para decirlo en corto, uno de los mejores exponentes del rock madrileño, ese que le metió calambres a Joaquín Sabina, quien mejor optó por el pop dulzón para señoras de cuarenta y pico.
Urrutia, que ya pasa los 60, estuvo en Gabinete Caligari y también formó parte de Ejecutivos Agresivos, para volverse solista en 2002. Patente de Corso marcó su debut de voz barítono con temas tan buenos y pegajosos como “¿Dónde estás?”, “Qué barbaridad” y “Castillos en el aire” y asociaciones perdurables con Andrés Calamaro, Loquillo y Enrique Bunbury. Siguieron en el orden discográfico El muchacho eléctrico, un muy buen directo (En Joy), donde lo acompañaron el Tequila Ariel Rot, Pereza, Jorge Drexler, Eva Amaral, Bunbury, Iván Ferreiro, Dany Martin, Loquillo y Calamaro.
Videos muy populares en YouTube como el “¿Dónde estás?” con refinada filmación y un cuarteto de bellezas en las cuerdas, lo han vuelto muy popular en un país como el nuestro que nunca ha visitado.
Dado al análisis para lograr buenas letras, El maestro ha editado también un libro Canciones para enmarcas, donde analizó una veintena
de acciones claves en su trayectoria.
En 2007 inicia una colaboración semanal de charlas musicales con Ariel Rot en la prestigiada cadena Ser de tele.
Luego, en el año 2010 saca un nuevo álbum: Lo que no está escrito en analógico para gloria del vinilo. Lo más reciente de este cantautor, es que no se pudo mostrar Al natural en marzo de este año con su banda Los Corsarios por el coronavirus, que sigue azotando al mundo.
Lo ultimo que hizo en directo (Yo fui a EGB, la Gira) lo puso en alternancia el 20 de enero del presente con Bonnie Taylor, Celtas Cortos, Medina Azahara, Limalh, Ramoncín, Seguridad Socal,
La Mondragón, Katrina and The Waves, Toreros Muertos, Carlos Latre
y Dream Team.
Que se sepa nadie se ha atrevido a sacarlo aquí, y menos en estos tiempos de brújulas perdidas por parte de las transnacionales que ya prácticamente no apuestan por nada que no sea música chatarra y bailes mecánicos nerviosos tipo Taylor Swift. Y lo más lamentable: ya nada prácticamente arroja ventas, por las nuevas generaciones que lo quieren todo ya, y que sea gratis.
Para colmo se está marcando un antes y un después de la pandemia, en donde primero hay que comer, soportar el confinamiento y pensar cómo será el entretenimiento que se ha refugiado ilusamente en las redes, que retransmiten toda clase de chabacanerías rockeras, incluyendo
documentales de nivel escolar.
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