Aunque se acabó el año en que se agudizó la pandemia, no sabemos hasta cuándo seguiremos confinados y si funcionarán las vacunas, o hasta cuándo terminará el estado de sitio del home office, para los que lo puedan sobrevivir. Lo que tampoco se sabe es, al menos en el terreno de la música y el cine, las nuevas reglas que imperarán en las diversas plataformas y los últimos alaridos del formato físico.
Centrándonos en el mexicanismo de supervivencia, venta de discos, DVD y Blu-ray, y otras alternancias del rock en que se ofrece lo último de Paul McCartney, lo viejo puesto al día de John Lennon, más los streamings en línea como el concierto de Kiss en Dubái, la cosa parece ponerse buena.
Fanáticos y coleccionistas de los que, antes que comer, primero compran, están inaugurando una nueva forma de vida, donde el sentido común y la historia musical se confunden peligrosamente.
Mucha gente, que perece haber olvidado las lecciones de historia, acepta con complacencia cuentos manipulados del rock latino como los del “Rasputín argentino”, Gustavo Santaolalla en su "Rompan todo".
Su estreno ocurre en un devastador panorama de músicos sin conciertos, técnicos sin trabajo, mánagers cruzados de brazos y manejadores y agencias en números rojos.
Los hacedores y ejecutantes de música, perdidos en la mala suerte de la pandemia, están a la espera de un milagro.
Mientras tanto, a otra cara de la pandemia no le importa tanto, siempre y cuando los vinilos de color, boxsets antológicos, discos compactos, DVD conceptuales, de conciertos reciclados a las nuevas tecnologías, y una bibliografía musical selecta conformen, camuflada, la nueva avanzada zigzagueante del rock.
La alternancia marca pauta, y un sinnúmero de listas de canciones da cuenta, no sólo de Long Plays y recomendaciones básicas de supervivencia auditiva sino de combinaciones inimaginables, como las que sugieren plataformas como Spotify, que presumen tenerlo todo y, en buena medida, lo tienen.
Por raro que parezca, conviven entre lo más vendido y lo más solicitado nombres altisonantes como Bob Dylan, con el puertorriqueño Bad Bunny, un impensable etiquetado “de horrible monotonía nasal” con o sin pandemia y el pop indefinible de Taylor Swift al lado de la exquisitez folk de la neoyorquina Fiona Apple. Hasta aquí el reporte de 2020, el año en que vivimos todos en peligro.