No sólo las películas autodenominadas “cine de culto” están a punto de la extinción (aunque con todas las copias que alguna vez rolaron en el mercado negro, y que dejaron vestigio físico, eso se antoja un tanto utópico, una vez que las reproducciones sobre pedido entran en acción), al menos de los habituales lugares donde, con dinero y un poco de paciencia, son todavía susceptibles de encontrarse.

Sin embargo, en la zona franca de operativos y hasta incendios, aún hay algunos lugares en que se puede encontrar el paraíso de este cine que, aunque independiente, todavía representa por fortuna “el buen mal gusto del cine”, hecho desde hace años, por cineastas y directores under que llevaron sus temáticas a terrenos insospechados de la exploración ya fuera por sus formatos, temáticas, audacias en la pantalla y apego a lo popular con las polémicas y repeticiones en directo a que han dado lugar mezclando dosis de pulp, gore, camp, kitsch y otras menudencias genéricas.

Un público minoritario pero culto de clóset, todavía se atreve a buscar desde las cintas clásicas de culto como Freaks, de Tod Bowning; Godzilla, de Inoshiro Honda; Plan 9 from outer space, de Ed Wood; Blood feast, de Hershell Gordon Lewis; Pink Flamingos, de John Waters; Faster Pussycat, Kill! Kill!, de Rus Meyer… o legendarias como Phantom of The Paradise, de Bryan de Palma, Dark star, de John Carpenter y ni se digan los ejemplos de la británica Hammer Films como Horror of Dracula y The Mummy, de Terence Fisher.

Una emblemática es la aún vigente y celebrada The Rocky horror picture show, de Jim Sharman y Richard O’Brien, de 1975. Sin embargo, al margen de esos campanazos de midnight movies, se ha desarrollado todo un imperio del cine
B a la Z.

Si se trata de homicidios bárbaros, imposible no hablar de Maniac, de William Lustig, hecha con los ahorros de su protagonista: Joe Espinell (que trabajó en El Padrino) y la serie de policías maniacos, que es antología clásica del género.

De entre una carretera de sugerencias en todos los sentidos de la sangre, la violencia, la salvajada y los temas psicotrónicos, el par de Nekromantics, de Jorg Buttgereit, todavía son una buena apuesta para ver algo diferente de lo que se hacía en los años 90. También está esa maravilla de lo ambiguo que es el drama roquero de Hedwig and the angry inch, de John Cameron Mitchel, con una banda sonora de excelente.

El culto propio que rige los parámetros del cine coreano tiene disponible copias de I’m cyborg but that’s ok, y Symphaty for Mr. Venganza, de Park Chang-wook… Esto es sólo la punta del iceberg del culto.

pepenavar60@gmail.com

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