Esta semana Netflix estrenó el esperado documental sobre el célebre periodista, dolor de cabeza del gobierno hace 37 años, por lo que escribía en su columna Red Privada, y quien fuera asesinado en lo que el periodista Miguel Ángel Granados Chapa calificó como: “El primer asesinato formal de la narcopolítica en México”.
El asesinato de cuatro tiros por la espalda, afuera de las oficinas de Manuel Buendía, reúne buena parte de las 276 hipótesis que surgieron del hecho.
Después de las pesquisas correspondientes, el expediente judicial de 57 tomos arrojó el saldo de las causas penales acusatorias contra José Antonio Zorrilla Pérez, jefe de la Dirección Federal de Seguridad, como autor intelectual de la temible DFS, y como ejecutor material del homicidio a Juan Rafael Moro Ávila (nieto de Ávila Camacho). Hubo también otros acusados que no se mencionan en el documental de Manuel Alcalá: los agentes Juventino Prado Hurtado, Raúl Pérez Carmona y Sofía Marysia Naya Suárez.
A Moro Ávila, llamado “El Serpico mexicano”, al que nunca se le probó haber disparado aquel 30 de mayo del 84 contra Buendía, le tocaron más reflectores por ser policía de élite antisecuestros, piloto aviador, campeón de judo y karate, de motociclismo, actor de cine y telenovelas, además de doble de acción. Eso y un pleito personal contra el entonces procurador Ignacio Morales Lechuga, le costaron casi 20 años en el Reclusorio rio Norte.
Ahora libre, en el documental se habla de eso y de cómo se convirtió también en roquero y promotor dentro de la cárcel. No dejan de fascinar las imágenes de él y otros personajes (Zorrilla, el propio Morales Lechuga, los expresidentes de la Madrid y Salinas de Gortari, Manuel Bartlett, Javier Coello (que interrogó a Zorrilla), Caro Quintero, Ernesto Fonseca, J.Jesús Esquivel…) en la narración puntual del actor Daniel Giménez-Cacho, y en la lectura de las columnas del periodista.
También salen a balcón otros personajes como Sergio Carrillo Olea, Elena Poniatowska, Sergio Aguayo y Carmen Aristegui.
La parte escabrosa de la narración incluye a los ultraderechistas Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara, la CIA con la venta de armas a los contras y la muerte del agente Kiki Camarena, que tenía en su agenda el teléfono de Buendía. Aunque la estrella inesperada del documental es el exagente de la CIA, Héctor Berrellez y sus revelaciones del plan de EU para llevar dinero del narcotráfico a Nicaragua.
Llama la atención en la reconstrucción del crimen el papel jugado de José Luis Ochoa Alonzo El Chocorrol, asesinado a su vez pocos días después y también un sicario que murió en una situación muy extraña en Acapulco y que dicen que fue el verdadero asesino de Buendía.
Un documental quemante que deben conocer las nuevas generaciones, que creen que el Internet lo es todo.
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