Para los muchos que esperan con paciencia de santos investigadores de café algo nuevo del asesinato de JFK, Entrevista con el asesino, dirigida por Neil Burger (El Ilusionista, Billion: la Serie…) en 2002, es una película que sigue atizando a las teorías de la conspiración sobre el mayor misterio sin resolver, al menos en lo tocante a los “mecánicos”; los hombres que jalaron del gatillo.
Después de 40 años del asesinato de Kennedy en la Plaza Deadly, un periodista desempleado es sacudido por una importante revelación: su vecino, Walter Ohlinger, un exmarine, le dice que fue el segundo tirador en el montículo de césped (lugar donde los investigadores han probado que se hicieron los disparos reales) y que le voló limpiamente la cabeza a Kennedy.
Atónito, el periodista le pregunta, “¿Por qué? Tengo un cáncer terminal y es el momento de decir la verdad”. Le responde: “No quiero morir asesinado, sin que se sepa la verdad”.
Para probar su participación, aparte de un tour en la Loma de Césped, desde donde se presumo se accionó el rifle, Ohlinger lo lleva hasta una caja de seguridad en un banco, en donde ha ocultado el casquillo mortal. Todos los exámenes que se le hacen resultan positivos y ahí la cosa se vuelve muy peligrosa, con el filme que consiguió tres nominaciones a los Premios Independent Spirit, en 2003.
Afortunadamente, ni el director, ni la compañía Magnolia, que lanzó la película en DVD, se detienen. Su final es de miedo, paranoia y sacude muchas teorías del caso, que no tiene para cuando.
La Metro Goldwyn Mayer en su serie Avant-Garde Cinema apostó, en 1994, la alucinante historia de Leon Theremin, el inventor del aparato musical que lleva su nombre y que, en los años 50, se puso al servicio de muchas películas de Ciencia Ficción (El día que paralizaron la Tierra, la más célebre) y documentales rockeros de Los Beach Boys, que usaron el Theremin en muchas de sus grabaciones.
La odisea electrónica del aparato sorprendió a muchos y hasta Jimmy Page, de Led Zeppelin, acabó usándolo. Lo demás es un thriller, ya que el inventor fue secuestrado por agentes soviéticos y acabó en un campo de concentración. Luego trabajó en dispositivos especiales de vigilancia de la temible KGB.
Finalmente, luego de 60 años, regresa a Estados Unidos para una emotiva reunión con sus amigos y camaradas. Tuvo una nominación a los premios de la asociación de Críticos de la Ciudad de Los Ángeles, ganó en el Sundance y se volvió una película de riguroso culto.
Hay películas mexicanas de cine bien hecho, como Ocho de cada diez (2018), de Sergio Umansky, que merecerían, aparte de exhibición profesional, mejor difusión y no terminar enlatadas por ahí.
Lo mejor de la cinta es que el protagonista, Aurelio (Noe Hernández, Mejor actor y ganador del Ariel), después de fracasar irremediablemente contra el burocrático aparato de (in)seguridad, se toma la ley en sus manos, mientras la policía especula con el soborno para dar resultados.
En su camino de venganza, cuenta con Citlali (Daniela Schmidt), una víctima de las circunstancias adversas de vivir en México. Los balazos se sienten tan reales como la inseguridad que permea la cinta: ocho de cada 10 asesinatos o muertes sospechosas no se investigan aquí, aunque algunos necios tengan otros datos. Por eso, para unos, lo mejor es matar alimañas responsables en caliente o en frío.