Acumuladores, coleccionistas y cinéfilos heterodoxos saben, por lo menos, que hay muchas películas para no sólo hacer amable sino más placentera la cuarentena. Son esas cintas que no están ancladas en Netflix, ni en plataformas similares, con propuestas que fueron diferentes y arriesgadas en su momento y que, después de éste, se han vuelto un guiño de culto para los que les gusta el cine poco común:
Duelo, de Steven Spielberg; también llamada El diablo sobre ruedas, realizada en 1971. Se trata de la primera cinta (para televisión) del que luego realizaría Tiburón y Encuentros cercanos. Basada en un relato de Richard Matheson sobre una persecución desértica infernal entre un camión y un auto, conducido por el que fuera ayudante del Marshall Dillon (Dennis Weaver) en La ley del revólver. El terror y el paroxismo son llevados al límite del suspenso en un thriller taquicárdico.
Sin Rastro (1967), también conocida como Breakdown, de Jonathan Mostow, es un desquiciante thriller de secuestro y desaparición forzada cuya moraleja es: si estas viajando en auto sobre una carretera desierta, ruégale a Dios que no se averíe tu vehículo, y que no te trate de ayudar cualquier camionero a resguardar a tu mujer, y menos si el tipo es el malvado J.T. Walsh. Hasta el legendario Kurt Russell sintió pasos.
En el año 1994, Johnny Deep se pone bajo las órdenes de Tim Burton, para contar la agridulce y delirante historia del mal llamado “peor director de cine de todos los tiempos” (los hay mucho más letales): Ed Wood. Su cine excéntrico con pretensiones de gran estudio, lo llevó, aparte de travestido, a ser un visionario y triunfador en el fracaso. Curioso reparto (Martin Landau, Patricia Arquette, Bill Murray…) que revive al viejo Conde Drácula y la mítica Vampira en esta fantástica y trasgresora película de culto.
El fantasma del paraíso (1974). Brian de Palma conjuga en el mismísimo y último palacete del rock (El Paraíso) los mitos de El fantasma de la ópera y Fausto, con una endiablada trama de reivindicación del rock: desde el playero hasta Kiss y más allá. El productor y villano del filme, Paul Williams, es Swan, autor de todo lo que ahí se toca y frustrador del amor entre Jessica Harper y William Finley. Su mito y culto sólo rivaliza con el Horror Rocky picture show.
Ahora que en la muerte ha acrecentado al mito a Henry Lee Lucas, uno de los mayores y más peligrosos asesinos en serie, mitificado en la serie de Netflix, Asesino Confeso, conviene ver Henry (1986), de John McNaughton, uno de los films más inquietantes y malsanos de todos los tiempos, lo mismo que una invitación al infierno del homicidio brutal.
Junto con su socio de correrías mortales, Otis Toole, Lucas impuso marcas imbatibles del asesinato en serie.
Búsquenlas bajo su propio, inquietante y malsano gusto, se van, bizarramente, a divertir.
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