En su momento (1978) fueron el primer sistema de almacenamiento de disco óptico comercial. Todo el mundo del coleccionismo de cine, documentales y conciertos musicales querían tener la mejor calidad en imagen, que nunca fue posible ni con el formato Beta, ni con su némesis: el VHS. En un diámetro de 30 centímetros, los primeros Laserdisc trataron de fijar una postura del futuro de la imagen. Como eran carísimos fueron borrados paulatinamente del mapa del consumo por el DVD, que todavía sigue reinando como uno de los formatos más populares de reproducción digital de imágenes. Actualmente, el DVD en cuestión de guerra de precios con el Blu-ray se dan el “quien vive”.

Mientras tanto, los Laserdisc son ya objetos de museo y pocos pueden presumir de tener un aparato para reproducirlos.

Sin embargo, hoy en día ostentar algún equipo de reproducción analógica, aunque con su audio pudiera venir en digital, o títulos rimbombantes como “2001: Odisea del espacio” (que incluso viene en una edición Letter-Box), “El fantasma del paraíso” o “The horror rocky picture show”, los vuelve algo así como un objeto de colección prácticamente intocable. Y si a eso se le agregan las marcas confiables (Onkyo, Pionner, Sony…) para reproducirlos que están en el rango de los 3 mil a los 6 mil pesos y más, la cosa se complica porque no dan actualmente la calidad de los Blu-ray.

Su fabricación implicaba dos discos de aluminio cubiertos con plástico y pegados entre sí. Su peso era el de varios discos de vinil y el formato de acumulación podía ser de doble cara. La calidad de video que entregaba era de 440 líneas, frente a las 240 que ofrecía el VHS. La manipulación de sus discos era algo difícil en comparación a la cinta de video y su almacenamiento una maldición por cuestiones de espacio. Otra desventaja era que nunca se pusieron unidades de grabación para el consumidor común. Su vida útil terminó en el 2000.

La resaca que quedó de las mismas películas que ya habíamos visto en Beta, VHS o DVD quedaron como un recordatorio de que la tecnología nunca descansa.

Pero como el coleccionismo indómito y rampante nunca repara en sus errores de origen, hay quien presume, por ejemplo, el Laserdisc de “Star Wars, el Imperio contraataca” (y todos sus derivados); “Conan The Barbarian”, la dupla de “Gremlins”, la trilogía de “Volver al futuro”, “El gran escape”, los video archivos de grupos de rock como Def Leppard; cintas como “El abismo”, más compilaciones de Beatles, Rolling Stones, Bowie y muchos más.

Uno de los últimos alaridos del Laserdisc (El Pionner dvl-919) se dio al ofrecer múltiples formatos en un solo reproductor de DVD Laser, Disco CD y CD-R). Pero, por su precio, no pasó a mayores. Los pocos Laserdisc que se manejan en los mercados de venta e intercambio son los que tienen que ver con el rock y algunos conciertos memorables, que hacen que se paguen por ellos grandes sumas de dinero.

Los aparatos de reproducción, ya se sabe, se han vuelto obsoletos por el avance de la tecnología y sólo algunos títulos (a sabiendas que no se pueden ver con la calidad con que salieron) se mueven en un mercado preferencial de tan sólo poseerlos como objeto.

Contrariamente a lo que pudiera creerse, los que de alguna forma pueden presumir de pedigrí, son aquellos que ya están o se encaminan al culto. Y en ese sentido, sí que se hay lasers que uno juraría que no existirían como “Dark star”, de John Carpenter, o “Drácula”, de Terence Fisher.

Bueno, hasta limpiadores para mantenerlos intactos y en estado de inanición hay en la viña del señor del Laserdisc.

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