Desde hace un tiempo se insiste y se presume el formato de grabación de sonidos, que alguna vez todos hemos tenido: el casete. Esa cinta magnetofónica que, por increíble que pueda parecer al paso del tiempo, preserva con gran calidad lo grabado. Su vigencia, no es cuestionable, porque nunca, como el vinil, se ha ido.
Con excepción del casete de cinta de metal, que duró poco más que lo que dura el dulce de un chicle, los casetes se han vuelto nostálgicos claro, si se tiene equipo en que oírlos.
Total, que el soporte analógico luego acabó dando origen a las cintas digitales de audio que fue explotado por todas las marcas establecidas, dando luego lugar a curiosidades como el mini casete. Sin embargo, lo que hoy reclama un pedazo de historia (que de hecho la tiene) comenzó su declive a finales de la década de los años 90 en un término de agotamiento del reproductor (deck) y su similar compacto (el walkman). Los registros monofónicos iban de los 60 minutos a la hora y media, donde la calidad respondía al precio.
Hace casi 20 años los casetes musicales representaban 4% de las ventas mundiales. Su aparente obsolescencia no tiene la mayor importancia, como diría Arturo de Córdoba, y menos en lugares de vernación como el tianguis del Chopo, en el que el producto de marca rivaliza con los casetes artesanales, donde el rock mexicano dicta pauta.
Las redes sociales también han hecho su parte en la difusión del formato que arranca suspiros por contenidos y portadas.
Se escribe de varias maneras: cassettes, kct, caset… aunque se oye de una sola: con viejas caseteras, sofisticados y aún vigentes, aparatos de alta fidelidad, o microcomponentes. Originales en sus portadas, o de diseño propio, los casetes aún se venden en casi todos los géneros musicales. Algunos alcanzan sumas estratosféricas debido al coleccionismo compulsivo de formatos de Chrome y derivados.
Hubo un tiempo en que se vendían casetes artesanales de los diferentes géneros de rock.
El metal se popularizó como el punk y la new wave también, y ahora lo que la gente más busca son los rarities de rock mexicano desde Rockdrigo y Jaime López, hasta progres como Vía Láctea, o compilatorios de concursos de rock nacional y conciertos completos, con una extraña suerte de atractivo cultural estético y romanticismo, donde el común denominador era y es el molesto rebobinar para encontrar una canción.
Un periplo de renacimiento e insólito boom de ventas marcan su resurgimiento desde 2020 a la fecha, en que a más de uno le gana la nostalgia con acoplados hechos a la medida de las referencias físicas, por sobre las plataformas de streaming, en esta era de indómito Covid y mutaciones.