Si de por sí es complicado el rock nacional para tratamiento y estudio de su fenómeno, que nunca ha podido desarrollarse a plenitud por diversos inconvenientes, más problemático es el ejercido en cuanto a nacimiento, difusión y desarrollo de bandas integradas por mujeres.

Pocos son los ejemplos confiables a los que los interesados pueden acceder, para adentrarse a las damas que se enrolan en la difusión de diversos estilos, con la esperanza de quedar como testimonio en algún tipo de grabación.

La historia de las mujeres rockeras mexicanas ha tenido algunos textos afortunados, como Sirenas al ataque, de Tere Estrada, que han quedado como testimonio del esfuerzo de algunas hembras que han elegido el rock en español como vehículo de difusión, de estilos mexicanos propios o inventados, a los que, por regla general, les ha volteado la espalda la caótica industria disquera, o lo que queda de ella, en el panorama de la rentabilidad inmediata, donde el producto físico está desapareciendo paulatinamente.

Con su desparpajado estilo, Federico Arana, reconocido todólogo en el rock mexicano, muestra en su texto, Las grandezas y miserias del rock mexicano, los derroteros seguidos por cantantes, y grupos en el zangoloteo urbano, desde sus primeros precursores, hasta las vísperas de Avándaro.

Las historias que ahí se narran, desembocan y se hermanan con lugares míticos del rock nacional como el extinto Foro Alicia, donde tenían voz y voto, para la cantada, algunas agrupaciones de féminas, listas para la acción, en el indómito y delirante mundo de las redes sociales, con sofisticadas maneras de perder el tiempo, y en donde todo mundo es influencer, u opinólogo, o productor, fotógrafo (por el solo hecho de tener un teléfono celular inteligente), y “artistas” —la mayoría— de debut y despedida, accionistas de a ver quién me ve o mira mi canal en YouTube, bajo el imperio de la barrabasada en el territorio del atropello rockeril institucional.

En ese paisaje, para documentar nuestro optimismo en el rock mexicano hecho por mujeres, hay que leer un libro recién aparecido titulado El presente es de ellas (Bandas femeninas de rock en México 2000-2022), de Raúl Heliodoro Torres Medina, Ediciones Quinto Sol, que aborda trayectorias, discografías, estilos, géneros, esfuerzos artísticos y escenas alternativas en donde tratan de dejar huella en casetes, sencillos y algunos vinilos, las mujeres que libran una batalla personal contra los abusivos y tendenciosos detentadores del poder, antes de la sumisión y de las explotaciones de algunos mánagers y agencias inescrupulosas.

Sólo un privilegiado, aunque por lo general reventado grupo de chavas, o morras, para el caso de ayer y hoy: Julissa, Norma y Rubí Valdez, Kenny Avilés, Baby Bátiz, Emilia Almazán, Maricela Durazo, Rosa Adame, Rita Guerrero, Mayita Campos, Tere Estrada Campos, Cecilia Toussaint, Aurora y La Academia, Julieta Venegas, Ely Guerra, Madame Recamier, Ceci Bastida… son perfectamente identificables en el panorama del rock femenino hecho en México, aparte de casi registrar una centena de bandas de mujeres, cuyas huellas musicales punketas, psicodélicas, nueva-oleras, metaleras y hasta progresivas (si se le busca) se pueden seguir en el libro, en sus semblanzas y discografías, que se dividen en la CDMX y resto de la República, y de las que muy rara vez, sus discos, aparecen en el famoso bazar de El Chopo, a precios de llévatelo, porque se hicieron muy pocos.

La información viene ilustrada con algunas portadas de álbumes y discos sencillos, que llegaron al final de la meta desde su hábitat original. Incluye también una videografía de residencia permanente en YouTube y otras latitudes digitales y un referencial informativo en que se basó el autor para su aporte al rock hecho por mujeres.

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