Esta semana murió el intrépido fotógrafo, Enrique Metinides, quien elevó a la categoría de arte la nota roja, primeramente, en publicaciones como La Prensa (el diario que lo mandaba custodiado por gendarmes a los siete años a fotografiar el dantesco mundo del crimen mexicano), y luego Crimen, Magazine de Policía, ¡Alarma! y otras tantas publicaciones donde mandaba la sangre.
Mi colega Jorge Caballero me regaló hace 22 años el libro, El teatro de los hechos que recopilaba buena parte de sus increíbles fotos con la crónica detallada de la tragedia humana.
A ese libro que me prendió, luego le siguieron otros hoy famosos por ese horror tan particular al que el mexicano promedio todavía le saca la lengua..
Enrique, coleccionista compulsivo de cochecitos y juguetes a escala, siempre se fijaba en el detalle y en la composición dramática de la tragedia, que se volvía gore y arte macabro impresionante e irrepetible.
Nunca recompensado en buena medida y sí muy castigado por malos sueldos y horarios casi imposibles, pagó su derecho de piso con varios accidentes y hasta con un infarto, en aras de justificar como pocos su oficio de testigo privilegiado del acontecer sangriento. Fue también policía honorario y miembro en la Cruz Roja.
Sus fotos de ajusticiados, víctimas de accidentes, balaceados, humanidades desmembradas retorcidas entre fierros; incendios, sacrificados de encontronazos inesperados, donde antes de las placas fotográficas, el dolor hacia fila, para una fugaz mortalidad, son en la actualidad ejemplo de arte elevado a mito.
Sus muestras pictóricas de crímenes, la mayoría sin castigo, se pasearon por medio mundo en prestigiadas galerías de Nueva York, Alemania, Madrid, Helsinki y otras distancias, que fueron acortadas por el arte del fotoperiodismo gráfico que dejó mudos a muchos.
Entre algunos documentales informales underground sobre su carrera y acabados trabajos de, prácticamente todas sus épocas como testigo de los hechos brutales, sobresale el que seguramente se pondrá muy de moda ahora, El hombre que vio demasiado (2015), de Trisha Ziff, en la teatralidad del accidente o el ajusticiamiento divino y circunstancial.
Por su cámara se le puso de a pechito el terremoto del 85, diversos choques de automóviles y camiones, personajes de delegaciones policíacas, varios incendios espectaculares y accidentes aéreos. Metrazos como el de la estación Viaducto en 1975, también posaron para su cámara con el regocijo de los mirones.
Se dice que su vida y obra fotográfica serán llevadas a la pantalla grande en una próxima película de José Manuel Cravioto, que le diera vida e identidad cinematográfica al Enemigo Público Número Uno de México, Alfredo “El Charro Misterioso” Galeana, policía, asaltabancos, y cantante del género ranchero, apadrinado por el generalísimo Arturo, “El Negro” Durazo.
Dos rostros patibularios que se le negaron en vida, atracos y ajustes de cuentas, a Metinides. Esperaremos con ansias.