Desde hace mucho es bien sabido que los rockeros de la primera división mundial no venden discos, lo que venden son conciertos. El ejemplo más notable y contundente son los ahora diezmados Rolling Stones. Por eso y ante la incertidumbre de la pandemia y sus nuevas mutaciones, algunos santos patronos como Bob Dylan, Neil Young, Paul Simon y hasta emergentes de poca monta como el ex Byrd, David Crosby, han decidido vender los derechos de sus canciones y no esperar las disyuntivas de las plataformas digitales.
A ellos se ha sumado este mes el “Jefe” Bruce Springsteen, que ha negociado con Sony Music los derechos de sus canciones clásicas y álbumes más representativos por cerca de 500 millones de dólares, según “The New York Times” y la revista “Billboard”.
La operación financiera supera los 300 millones que recibió Dylan, convirtiendo en la más grande transacción monetaria jamás realizada por artista alguno.
Como por el momento no hay expectativas inmediatas para regresar a los grandes escenarios, Springsteen no se ha querido confiar a un incierto 2022 y la tajada por servicios prestados al rock es una decisión del músico y compositor, que no es que quiera dejar los escenarios, sino que ya no quiere arriesgar lo ganado ante la inseguridad del futuro digital de la música en la era del streaming, lo mismo que a las posiciones encontradas de los vendedores de humo ante la caída de productos físicos y digitales.
Hay que descontar también los acuerdos secretos publicitarios de gigantes como Spotify, de los que pocos están enterados, al igual que las acciones encubiertas de empresas como Hipgnosis Songs Fund y los fondos de inversión de artistas como los Pretenders, Blondie, Young, Sinatra y otros famosos. Los que nunca van a dejar de ganar, en otro estrato muy explorado, son los fans que, con un buen equipo sonoro conectado a la computadora, pueden tener lo que quieran.
Una revisión poco exhaustiva, sin irse a la profundidad de artistas solistas o grupos esenciales revela que, por el momento, quien tiene el sartén por el mango es el popular Spotify, que en una cuenta familiar que, por ejemplo, puede llegar a tener seis cuentas independientes, por algo así como 160 pesos al mes. La búsqueda de artistas depara sorpresas inesperadas, complejas discografías, versiones de radio, acoples imaginados y música con disponibilidad inmediata, aparte de bibliotecas y ordenamientos especializados disco por disco.
Por eso, piensan algunos de los vendedores de emociones, más vale dinero en mano, que sólo verlo en contratos de exclusividad, explotación y regalías, en este tiempo incierto de tapabocas casi de por vida. Además, en el rango de edad, de estos rockeros de 70 a los 80, ¿no es mejor pasársela como rey, que solamente acumular riqueza discográfica?