Se acaba de estrenar esta semana la mini serie de cuatro capítulos Los hijos de Sam.
La historia trata sobre los sonados asesinatos perpetrados en el verano de 1977 por David Berkovitz, el tristemente “Hijo de Sam”.
El tipo suelta la sin hueso como en las películas de gánsteres orolianos, tras 16 años de silencio.
Las confesiones que el personaje le hace en un par de entrevistas para televisión al periodista de investigación Maury Terry hacen ver que no actuó solo, sino apoyado por miembros de cultos satánicos, en los que él estuvo de acuerdo.
Eso que se dice de que David Berkovitz metió bala calibre 44 en seis asesinatos y ocho tiroteos, y de que actuaba por las órdenes de un perro infernal, se viene abajo por el trabajo que a la postre le costó la vida a Terry, que se metió a una rara combinación maligna de asesinatos con conexiones satánicas, cuentos y patrañas, investigaciones a contracorriente, filmación de películas snuff, ayudas inesperadas y otros aderezos cínicos y perversos, orquestados por Joshua Zerman, especialista en leyendas urbanas de crímenes verdaderos.
Netflix, que ya parece haber encontrado la fórmula para el perfecto balance entre crímenes verdaderos, teorías conspirativas, hechos reales manipulados, posiciones encontradas de corporaciones policiacas y abundantes e inesperadas vueltas de tuerca, lo probó exitosamente con otra serie similar: Acosador nocturno; a la caza de un asesino en serie, inspirada en el llamado “Vampiro de Sacramento”, Richard Ramírez, disponible también en esta plataforma.
Tanto se aferró en vida al caso del Hijo de Sam, que Maury Terry se volvió hasta escritor con su best seller Ultimate evil.
En dicho texto hasta aparece, sin que lo hayan invitado, el mismísimo Charles Manson, relacionado con los cultos satánicos y mandatos sangrientos de nombres claros: El Proceso y The Children.
Por otro lado, la fascinación por el mal y la reivindicación del crimen, los engaños, la violencia y la corrupción policial son los ingredientes del éxito en las plataformas.
La cultura popular, las referencias del asesino confeso en escaparates televisivos de culto como CSI, incluso la película previa de Spike Lee sobre El hijo de Sam (Summer of Sam), de 1999, vuelven a poner en boga a este asesino referencial de la decadencia del Studio 54, el punkero CBGB y la ineptitud de la burocrática policía neoyorquina.
También, asombra en gran medida el pietaje fílmico de la época y el relato de Berkowitz (condenado a seis cadenas perpetuas), más la presunción de que “los verdaderos culpables” andan en la calle.
Los hijos de Sam es, en gran medida, la historia de una muerte anunciada (la de Maury Terrry) debida a la obsesión desmedida por encontrar la verdad en el caso.
Sin embargo, como le dice en repetidas ocasiones el propio Berkovitz a Terry: “Nadie te va a creer, no importa qué tan bien presentes la evidencia”.