Después de que una de sus musas, Valerie Solanas, lo baleara en 1968, el Rey del pop, Andy Warhol, ni tardo ni perezoso, comenzó a documentar su vida en unos diarios que se volvieron célebres en una primera edición española para Anagrama (1990), que no tiene desperdicio. En ella, se da cuenta del día de los proyectos pictóricos, cinematográficos, musicales y culturales del hombre y el mito que bloqueó elegantemente las carreras de varios pintores con un arte insólito y apabullante.
Esta semana, Netflix acaba de estrenar la miniserie documental de seis capítulos del que ha sido figura preponderante y fundamental del arte pop.
Su vida, arte y milagros intuitivos, nos llevan en casi 400 minutos a un recorrido fascinante de arte, cine y rock, apuntalado en certeros comentarios de la cantante de Blondie, Deborah Harry, Julian Schnabel, Jay Johnson, Camelia West, David LaChapelle, Fab 5 Freddy, Bob Colacello y otros personajes. Se trata de un Warhol íntimo al margen del arte.
Uno hubiera querido saber más a la hora de las revelaciones que hace el director del documental, Andrew Rossi, en base a su propio guión, pero faltaría metraje y personajes que ya ejercen en el otro mundo, como Lou Reed, del Velvet Underground. Aun así, lo que se tiene es una versión fascinante del hombre de pocas palabras.
Y si se quiere un acercamiento a la totalidad de su obra, hay por lo menos una docena de documentales anteriores en donde, como dice la canción de José Alfredo, sigue siendo el Rey del pop y un obsesivo de las sopas de tomate Campbell’s, inmortalizadas en su obra.
Claro está que para los de Netflix, que saben del negocio, pero no de Warhol, más que como una mercancía, la serie cumplirá con las expectativas por lo fascinante y controversial del personaje y sus anclajes con el mundo del cine, donde sus películas de avanzada avant-garde (vanguardismo) y su visión periférica al mundillo del rock de la época, patrocinó el nacimiento y desarrollo del grupo del difundo Lou Reed.
El nacido en Pittsburgh y emigrado a Nueva York fue responsable del centro neurálgico de la avanzada cultural conocido como The Factory, con una tropa variopinta de curiosos personajes alrededor de él.
Entre imágenes de archivo bien escogidas y recreaciones del personaje, que se relatan por sus anotaciones diarias, aparecen tres personajes claves para el artista plástico: su diseñador de interiores, Jed Johnson; el vicepresidente de Paramount, John Gould y el pintor Jean-Michel Basquiat.
No faltan las atinadas entrevistas a gente de cine (actores y directores) y de arte, curadores, artistas conceptuales y personas de su séquito personal.
En suma, se tiene un casi totalizador documental del reinventor de retratos de famosos, cineasta de avanzada (De Empire a Drácula, pasando por Blow job y Chelsea girls) y marcador indeleble neutro, homosexual y voyeur de la escena artística neoyorkina, que registró minuciosamente lo que decían personajes como Truman Capote, Jackie Onassis, John y Yoko, Jagger, Trump o Madonna. Fue, como lo dijo alguna vez J.G. Ballard: “El Walt Disney de la era de las anfetaminas”.