La fama como el más notorio de los asesinos en serie norteamericanos, perteneciente al texano Henry Lee Lucas, nacido en 1936 y fallecido en 2001, se conoció primero aquí en México gracias al libro del doctor Joel Norris: Retrato de un asesino en serie (1991, Valdemar, España). Antes, en 1986, su caso fue llevado al cine por el cineasta John McNaughton, con el mismo título del libro, que dio lugar a una cinta brutal, escalofriante y, por supuesto, de culto, con un convincente Michael Rooker personificándolo.
Matando solo o con la ayuda de su compinche y amante ocasional, Ottis Toole, se supo de su caso cuando la alerta de sangre teñía el territorio estadounidense. Ted Bundy, John Wayne Gacy, Wayne Williams y otros, ocupaban la nota roja hasta que los asesinatos del tuerto Lucas (que comenzó con el de su madre) sumaban más de lo creíble: más de 300 hasta que la era del ADN puso muchas de sus fantasías en su lugar. Aun así, su fama de psicópata nato ya se había expandido.
Ahora Netflix revive su caso con un material fílmico impresionante en la mini serie The Confsion Killer (2019), dirigida por Robert Kenner y Taki Holdham, en donde Henry Lee se atribuye asesinatos que, según tiempos y lugares, no era posible que hubiera cometido. Con todo, los cinco capítulos sumergen al espectador en una de las mentes más retorcidas, perturbadoras y complejas del asesinato en serie.
La información, en su caso, resulta apabullante para poner en contexto su historia real de certezas e inexactitudes sobre muertes que, en un principio, se antojaban inexplicables. Las visitas guiadas del propio asesino con policías que acabaron haciéndose sus amigos (algunos rangers de Texas) recorren muchas escenas de crímenes donde las osamentas son el mudo testigo de lo que ahí aconteció. Los detalles de su vinculación criminal acabaron por darle un cierto sentido de paz a los familiares de muchas de sus víctimas.
Lucas tenía una asombrosa capacidad para recordar métodos de muerte y brutales ataques que perpetró al azar y lugares donde enterró a muchas de sus víctimas, antes de volverse tristemente célebre en el asesinato en serie desorganizado. Su nombre y fisonomía remite a una celebridad mortal en donde su caso, antes de Internet, ocupaba espacios importantes de los medios impresos y la estadística de la sangre y la violencia de su momento, para la posteridad.
Una insuficiencia cardiaca lo privó de ver esta curiosa serie (y de siquiera imaginar) que su caso dará en el futuro para más hallazgos y revaloraciones en el organigrama generacional del asesinato en serie en el inacabable caldo de cultivo de territorios inexplorados de la Unión Americana. Se fue de este mundo malsano, vicioso y cruel, llevándose la imagen de sus fechorías puestas en relieve cinematográfico por McNaughton.
Es muy posible que la película con premios (1990) del Circulo de Críticos de Nueva York, seis nominaciones a los Spirit Awards, Sitges y Fantasporto, vuelva a ponerse de moda gracias a esta miniserie testimonial enferma y sin aparente cura.
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