La última puñalada por la espalda que acaba de recibir el Cine de Luchadores, genuino invento mexicano —cuyas ganancias en taquilla financiaban los paseos y abusos de muchas estrellas de otros géneros nacionales en festivales internacionales de cine de alto pedorraje— se llama El Halcón: sed de venganza, una mamarrachada dirigida por Eduardo Valenzuela (¿?)

El filme, que cuenta entre su elenco con Guillermo Quintanilla, Ianis Guerrero, Said Sandoval y Ana Jimena Villanueva, supera con creces las penosas incursiones del Mil Máscaras y el descrédito del oponente, la muy querida La momia azteca.

¿Pero qué le pasó al otrora muy taquillero género cuna de deidades de la lucha libre y el cine como El Santo, El Enmascarado de Plata, Blue Demon, Huracán Ramírez y demás máscaras famosas y cotizadas del pancracio sagrado, más la carretada de personajes creados, exprofeso, para la aventura que no se subían realmente al ring de los costalazos: La Sombra Vengadora, Neutrón, El Ángel Enmascarado, Superzán y Los Leones del Ring, sino que aprovechaban lo bien pagadas que eran sus coreografiadas hazañas en el celuloide.

Estas cintas saltaban del cine a la televisión y de ahí iban directo al video del mercado clandestino.

En la llamada “Biblia del cine de luchadores”, el Quiero ver sangre, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se da cuenta de este tipo de cine que comenzó en 1938 para debutar formalmente con tope desde la tercera cuerda, en el arranque de los años 50 con El Enmascarado de Plata, El Luchador Fenómeno, La Bestia Magnífica y Huracán Ramírez.

Tuvo su época de oro y esplendor a pesar de los duros ataques de la crítica exquisita, hasta que, dando patadas de ahogado, terminó con unas cuantas tesis y documentales hasta quedar rendido en el ring cinematográfico. Hubo algunas películas que trataron de revivirlo como Cassandro, con Gael García Bernal el año pasado, pero su muerte ya estaba anunciada.

Así que como se revivió a Frankenstein, a Eduardo Valenzuela se le ocurrió operar a El Halcón que, en la vida real, fue desenmascarado por Mil Máscaras, revelando su nombre de pila: José Luis Melchor Ortiz, aunque también se le llamaba Danny Ortiz, originario de Puebla. El argumento es bastante pedestre y la trama es que, en un México dominado por la delincuencia, la lucha libre está prohibida (sí, cómo no), así es que El Halcón (interpretado por el videohomero, Guillermo Quintanilla, que en la peli ejerce la taquería en la ciudad de Tijuana), es ayudado por una mujer policía para dar con un criminal (El Capitán) que ha secuestrado al hijo de la agente de la ley.

Ubicada en los 70, la película es un catálogo de obviedades y lugares comunes, con tintes de comedia negra mal lograda, con el paliativo del narco. El montaje es de pena ajena. En Tepito, donde todo lo que cae se copia, y cobrar seis pesos por ella es un atraco.

Pobre Halcón, hacer su primer y único estelar a manos de un director del que los verdaderos aficionados al pancracio están exigiendo sus estudios sobre cine, porque se le conoce sólo por la infumable serie región 4 de El Señor de los Cielos. Pero qué se le va a hacer, si es tiempo de Cinépolis, plataformas y barbaridades de la exhibición, con representaciones de luchadores gordos que viven en la cruda.

Fue mostrada en el Festival de Cine de Morelia y se dice que representantes del narco rieron a discreción, sobre todo cuando el héroe quiere luchar a mano limpia contra cuernos de chivo. Sin empate, sin indulto y sin impacto mediático. pepenavar60@gmail.com

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