A los asesinos profesionales no los retira nadie y uno de ellos, John Wick, busca desaforadamente una venganza porque le han quitado todo: su coche, un perrito que le había dejado su esposa como compensación de una enfermedad incurable y su lujosa residencia.

Desde que en 2014 inició la franquicia, no ha parado en asesinatos infames en exceso hasta llegar, luego de tres capítulos más, a un despiadado ejercicio de sadismo, brutalidad, locura y malos hábitos a la hora de ejercer la venganza. Cuando se desata la máquina de matar llamada John Wick, no hay quién pueda detenerla.

Armado con un arsenal de pistolas, cuchillos y armas de alto poder, exclusivas del ejército de villanos que andan tras Wick, éste responde con creces a los cánones del blockbuster de acción tremendista. Las matanzas que se permite en un argumento plagado de clichés, no admiten ningún tipo de redención. Las secuencias de acción enloquecida donde mueren todos los que se atraviesan a la lluvia de balas, cuchilladas y hasta hachazos, son de una coreografía espeluznante y una antología enloquecida que, en su falta de estilo en la venganza, acaba siendo un problema.

Nadie paga por las muertes propiciadas por John Wick, que suman docenas en su malsana ambición. Cuando comienzan los balazos, la acción desmedida no para para los de vísceras blandengues; y menos cuando la policía no hace nada. Vamos, ni ir tras el dinero mal habido. Imparable, Wick, se desenvuelve en insustanciales escenarios que derrochan producción, estructuras inimaginables y mucha violencia. Por algo y la franquicia ya va en la cuarta de la saga inspirada en las primeras cintas se acción de John Woo. Se trata de lo meramente visual, por sobre cualquier cosa, incluyendo la adrenalina y la estética de los modernos videojuegos.

En una Nueva York tan excítate como falsa, Wick lleva a cabo sus venganzas, y lo peor: sin cobrar ni un dólar. Con su cara siempre compungida, Keanu Reeves, puede ser la desolación, pero su efectividad es innegable cuando llega Un nuevo día para matar, donde es hombre compungido y el letal asesino, al que hasta los sicarios temen y respetan. El derroche de escenarios y dinero de cuidadas producciones, se ve como escenario a sus fantásticas secuencias de acción endiabladas.

Y en la tercera película, Parabellum, la franquicia debe llevarse urgentemente al quirófano fílmico, donde ya da muestra de agotamiento genérico. John está cansado y parece necesitar vacaciones; claro que, si éstas van acompañadas por un cheque de 14 millones de dólares que pesan sobre su cabeza, mejor. Todos lo quieren matar: legiones de bandidos, asesinas, ejércitos del mal que todo lo hacen por dinero y para colmo, hasta es expulsado de la organización que le da para comer y vivir como marajá. Todo es barroco en exceso, como en litros de sangre y los grandes repartos que lo acompañan en esta explosión de acción y desenfrene caótico que abre con la cuarta dirigida por Chad Stahelski.

Más de lo mismo, con la misma fórmula y estilo, además de la alta alcurnia de maleantes y villanos para toda ocasión y las casi tres horas que dura el filme. Ya por favor, un descanso por piedad a tanta maldita bala, apuñalamiento, hachazos sin límite y ametrallamientos.

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