Antes de las redes sociales y las plataformas musicales como difusores del rock, en nuestro país existieron, aparte de la radio, las tiendas especializadas que importaban desde discos de 45 rpm, LP y casetes procedentes de Europa y EU.

Hip 70, de Armando Blanco, con sus tiendas en la Zona Rosa, Insurgentes y Satélite, oficiaban lo último en alaridos reconocidos, así como organizaban conciertos en sus instalaciones, hasta que llegó el sismo del 85 y la Zona Rosa se vino abajo.

Supersound, en Polanco, ofreció otra alternativa en importación de discos y su “historia” se cuenta en un malísimo y tendencioso documental (Just like heaven) de su directora, Pilar Ortega, para quedar bien con el dueño.

Luego entró Mixup, que era una invitación al atraco permanente de pague si lo quiere.

Aquarius, en la colonia Roma, con un buen surtido de vinilos, hasta se permitió traer algunos grupos del progresivo italiano (Banco y Premiata, entre otros), estafándolos después el “Hermano Incómodo”. Yoko y Mishak, en la zona sur de Insurgentes, eran palabras mayores en importación. Discos Tiber 100 y Zorba, seguían el mismo camino.

Sin embargo, la más famosa y legendaria, fue El Gran Disco, de Balderas 32, regenteada por Luis Cabero. Ahí llegaban semanalmente los más candentes sencillos de 45rpm (Dave Clark Five, Zombies, Rolling Stones. Searchers…) y también se traían por pedido.

Sin embargo, pocos pueden explicar la llegada de vinilos y sencillos de culto que se estacionaron en el Tianguis del Chopo, donde ahora, gracias a los celulares y las redes, cualquiera puede hacer un documental, y la mayoría se da golpes de pecho, para que los que ahí comulgan cada sábado, legalicen los libros para recopilar firmas para el lugar (parte de la colonia Guerrero y parte Lindavista) sea considerado como “Patrimonio de la CDMX”.

Justo ahí, donde nadie conoció el contenido de las cajas de discos que llevaba el Capitán Pijama, con los primeros discos de Zappa que llegaron y que destacaban por estar numerados con el ya en desuso Dymo.

Todos opinan y se sienten fundadores del Tianguis, cuando el sentido común, la pinta y las poses, indican que llegaron hace unos meses.

Poquísimos conocen la historia de los italianos de Locanda Delle Fate, rescatados del matadero (la trituradora de discos) de Polygram, así como los álbumes radiactivos de Krafwerk, pero sí están al tanto de las baratijas de siempre, en lugar de dedicarle tiempo y comprensión a Klaus Nomi, Nektar, IIballeto di Bronzo o Matia Bazar, un grupo italiano del pasado, el presente y el futuro, del que sólo se tenían noticias por el Festival de San Remo.

Hoy, la Roma Records, se ha dedicado a poner orden en el terreno de la importación, ofreciendo calidad y precios. Mientras el Chopo vive del recuerdo y de la pesca de nuevos ingenuos que pagan lo que sea por un vinilo sin, muchas veces, reparar en su estado.

Otros sitios de alternativa son tiendas como Revancha, en la Roma; El Club del Rock and Roll, en la Condesa; Dagga Tattoo Studio; Venas Rotas, en el Centro Histórico; La Tienda del Disco de Vinyl, en la Roma; El Club del Rock & Roll, allá por la Alameda; El Expendio de Discos y Déjalo Ser Records, Georgetown Records; Dedos Sucios, y la súper punketa Carcoma Records; Mono, Música en Vynil; Retroactivo (que también maquila LP) y The Music Box. Todos los géneros y estilos a precios de pensárselo seriamente, sobre todo si se van a guardar, sin oír. Ahí es donde Spotify les gana la partida, seguido por los ya viejos MP3, que contienen discografías completas.

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