Esta semana murió Eddie Van Halen, amo de la Frankenstat y dios del tapping (la técnica del uso espectacular de los dedos de las dos manos para puntear sobre el mástil de la guitarra) que, junto con su hermano, Alex, el bajista Michael Anthony y el cantante David Lee Roth formaron esa máquina de hard rock y heavy metal glam llamada Van Halen, desarrollando una espectacularidad que muy pocas veces se ha visto.
Otra vez el villano fue el cáncer, que le atacó la garganta al requintista virtuoso tal vez por su afición de llevar en la boca las púas metálicas, aunque otros de sus allegados dicen que fue por lo que él llamaba también “accidentes laborales del rock”, que incluían atrevidas piruetas aéreas.
En vida y determinados a triunfar, lo mismo que a desmarcarse de competidores, los músicos buscaron a un productor fuera de serie.
Eligieron a Ted Templeman, quien operaba en el fuerte apache de la Warner, que dio rienda suelta a su sonido desde 1978 con su álbum homónimo, hasta el aplastamiento sonoro que lograron con “Jump”, en 1984.
En la feria de excesos que les tocó vivir como rockstars estaban como combustible el alcohol, las extravagancias y los excesos sexuales que acabaron echando a David Lee Roth.
Casi en orden de debut y despedida, pasaron lista en Van Halen, Sammy Hagar (de Montrose), un fugaz retorno de Lee Roth, para luego probar con Gary Charone (Extreme).
A fin de cuentas, nada funcionó. Sus altibajos en los carteles de conciertos, llevaron a Eddie a pensar en inclusiones extrañas como Patty Smith (Scandal) o Daryl Hall.
Bueno, hasta Michael Anthony fue remplazado por el hijo de Eddie, Wolfang.
Sin embargo, el sonido de las guitarras de Eddie (que fueron varias Gibson, Fender, Kramer, Steinberg y Peavey) las cuales personalizaba, le valieron un sonido único, casi de patente, lo mismo que la combinación impensable de amplificadores y pedalería adyacente.
Sus caprichosos y todopoderosos raiders en camerinos eran para atemorizar a cualquiera.
Y todo para que puedan ser recordados en lo bueno y excéntricos que eran.
Ese es el balance en la guitarra, movimientos y sonidos de este eterno sonriente del rock-bizz, del que sus videos y conciertos han dejado huella para la posteridad.
Es obvio que su discografía cotiza desde esta misma semana, en otro rubro del cielo e infierno roquero. Las antologías, luego de su deceso, tampoco se harán esperar.
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