Nadie sabe para quién ve series. Muchos excesos televisivos van de la mano con las plataformas que, cada día, cobran más sin que ofrezcan a los que pagan lo que realmente quieren ver. Y si a eso le agregamos películas, series y miniseries para, literalmente, perder el tiempo alquilado, pues mal estamos.

Los buenos estrenos escasean, mientras que cintas que valen la pena rara vez aparecen a tiempo en la programación o, en caso de haber sido programadas desaparecen sin dejar huella. Otras están tan sobrevaloradas que acaban decepcionando.

Casos sonados inmediatos como “Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer”, que aburre de tan larga, ya tiene su réplica (“Las cintas de Jeffrey Dahmer”, dentro de los docukillers: “Conversaciones con asesinos”), con investigaciones del experto Joe Berlinger, sacando a colación las motivaciones de sus macabros crímenes y recetas culinarias como si fuera el doctor Lecter, en sus propias palabras, con una serie de conversaciones perturbadoras y macabras que se han sumado a los archivos televisivos de Ted Bundy, Dennis Nilsen y John Wayne Gacy.

Ya se anunció también una nueva serie de larga duración dedicada a Edmund Kemper, mientras que ya circulan los 129 minutos de “The co-Ed Killer: mind of a monster”, donde Discovery Channel ha metido su cuchara.

En esa bifurcación de géneros sobre asesinos en serie, Henry Lee Lucas, que afirma haberse cargado a más de 300 personas, tiene su propia película de culto “Henry: Portrait of a serial killer” (1986), de John McNaughton, que es para muchos estudiosos del crimen, “El ciudadano Kane”, del asesinato en serie.

Un criminal de este calibre no podía no tener su miniserie (“Asesino confeso”), impecablemente documentada en cinco episodios que Netflix tienen arrumbada por ahí. Pero el gran platillo de la especialidad parece que serán las tres temporadas de “I am a killer”, con 26 episodios sobre asesinos confesos que narran en primera persona muchas de sus espeluznantes andanzas.

Sin embargo, hay otras esperadas investigaciones ya filmadas (“JFK revisitado”, “The Menendez murders”…) que están en la lista de espera, mientras los superhéroes ya están fatigados (o muertos) con segundas partes de “Pantera Negra”, guerras de las galaxias hasta el infinito o detectives mexicanos de tercera como “Belascoarán”.

Los infaltables charros interminables como Chente Fernández en “El rey” no podían faltar; mientras que, en el plano internacional, las cosas no cambian en mucho y hay que soportar baratijas como “Ludik”, que es un thriller criminal bastante rutinario.

Las listas de estrenos de plataformas como Netflix son bastante engañosas, así como sus puntuaciones de recomendaciones, que cambian constantemente, desorientando al público, con historias encontradas sobre, por ejemplo, Marilyn Monroe o Andy Warhol y sus famosos diarios. No se diga de cosas que no veremos jamás como “La invasión de clichés de Hollywood” (2021), una divertida burla, lejos de los grandes reflectores y alfombras rojas, cargada de nimiedades y guasas sangrientas que pocos aguantarán.

Por lo pronto, hay que ver “Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades” (2022), de Alejandro González Iñárritu, donde ya no bajan al director de autocomplaciente, desviador de recursos narrativos, autoindulgente, contradictorio, metafórico sin ton ni son; pretencioso (esto no es nuevo), redundante, soberbio y exhibicionista. Ni sus fans quieren meter las manos al fuego por él, ni con guantes de asbesto.

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