Una cantidad abrumadora de películas mexicanas, de las que hacen ruido en formatos alternativos como el DVD y el Blu-ray y que de alguna manera molestan a la crítica cinematográfica nacional, docta y exquisita, que sólo responde a viejas glorias de la época de oro, permanece sin documentar.

Sin casi información, más que su ficha en determinados diccionarios de cine mexicano, este cine proscrito, perseguido y atacado de, por lo general bajo presupuesto, es de rechazo casi automático por la UNAM y lo que le toca a la Filmoteca y Cineteca Nacional, que prefieren los libros fáciles a los temas escabrosos. Y, aun así, algunos de estos casi nunca promocionados ejemplares cuando salen de milagro, terminan arrumbados en sus bodegas.

Los ejemplos de un cine nacional clandestino con casi nula promoción, abundan. Sin embargo, hay un grupo de entusiastas cinéfilos radicales, que buscan no sólo las películas difíciles, las atacadas sin piedad (como muchas de las que cita Jorge Ayala Blanco en sus libros) y las rarezas de un cine del que se habla en voz baja y se cita casi sin analogías culturales, terminan en el culto. Muchas editoriales, al margen de las citadas, se lo piensan antes de embarcarse en misiones casi imposibles de rescate de géneros de cine mexicano de los más variados índoles.

Indagar en la historia del cine campirano, el western nacional, la ciencia ficción autóctona y ya no se diga el psicotrónico indómito bizarro (que es un universo fílmico fantástico en sí), son no una, sino varias piedras en el zapato.

Con todos esos peros, hay gente como el internacional Guillermo del Toro y Diego Manrique (experto en rock y cine de El País), que apuestan por muchas de sus películas en diversos apartados de invenciones monstruosas, inquietudes extraterrestres, maravillas marginales que transitan por mundos absurdos; horrores a la mexicana, historias tenebrosas, universos de criminalidad narca, habitantes de barrios imposibles casi de imaginar; monstruos nacionales y muchos héroes nacidos casi de la nada que pueblan este universo delirante mexicano de cine alternativo.

Sus títulos son, la mayoría, provocativos, trátese de películas o documentales como “Más negro que la noche”, “Veneno para las hadas”, “Guardianes de la dimensión prohibida”, “El vampiro teporocho”, “La nave de los monstruos”, “El vampiro (de los Sicomoros)”, “Historias violentas”, “Gánsteres contra charros, “Q.R.R.”, “Siete en la mira”, “Lo negro del negro”, “Manos libres”, “Orquídea sangrienta”, “El Imperio de los malditos”, “El violador infernal”, “El taquero”, “Intrépidos punks”, “Lola la trailera”, “Pepenadores”, “Carmín tropical”, “Que lindo cha cha cha”, “El barón del terror”, “Muñecos infernales”, “Narcocultura”, “Señorita extraviada”, “El pantano de las animas”, “El charro misterioso”, “El niño Fidencio” y muchos más, que reclaman su pedacito de gloria en el mal llamado Cine Z.

Podría extrañar que no haya películas de Cine de Luchadores en este recuento, pero el género ya tiene su biblia propia ilustrada (“Quiero ver sangre”), del que paradójicamente si apostó la máxima casa de estudios, cuando había profesionales del libro, y no como hoy, donde abundan los analfabetas funcionales y expertos en cobrar sin hacer nada y puestos a modo.

El único camino a seguir, parece ser sacar libros autofinanciados por los mismos investigadores autores. Pero no hay que temer porque, de alguna manera, saldrán, como especie de guías interminables de una gozada de temas por demás curiosos e insólitos.

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