Paradojas del rock metalero en México. Ha sido un arquitecto: Vicente Terán Flores, quien el año pasado presentó en el Museo Universitario del Chopo un muestrario nacional y desarrollo de grupos del amplio espectro metálico durante un periodo comprendido entre 1968 y 1995. Muchos hablan de cómo les fue en el estruendo durante el desarrollo de la escena mexicana entre músicos, fans, disqueras y mánagers en algunas latitudes clave del género.

El acontecer de esta corriente en diferentes zonas sería inexplicable sin el colectivo Escuadrón Metálico, que dio a conocer y promovió a diversas bandas reunidas en el libro, con la inclusión de grupos de mujeres en el género.

Las fuentes autorizadas con entrevistas, más una bibliografía que incluye fanzines (Alcance Subterráneo, Guerreros del Metal, Armagedón, Mutante…), revistas (Banda Rockera, Conecte, Metal Hits, Rock Pop, Sonido, Umbral y otros); sitios web, libros, fotos y colecciones particulares de parafernalia metalera) pecan, como otros libros de rock mexicano, de no sistematizar a grupos y discos. No se trata de pedir un índice onomástico, pero una lista de fácil localización de conjuntos del metal nacional y discos clave, no hubiera estado nada mal, para una fácil e inmediata localización de bandas en las más de 600 páginas que conforman este primer volumen, de dos.

Con un prólogo de Sergio Bustamante y una introducción al fierro mexica, se da cuenta en ocho capítulos al rock pesado y sus inicios, para luego posicionar el Metal en el Área Metropolitana. El tour informático continúa en Guanajuato, de donde se pasa a Guadalajara, para luego tomar camino rumbo al Sureste, con escala en Morelos. El Escuadrón Metálico toma protagonismo. Al igual que las mujeres que eligieron ese estilo de vida musical. El autor les pasa revista a los territorios del heavy con sus héroes y villanos, como a latitudes emblemáticas del rock pesado en Neza, desde sus inicios en lugares como el celebre “Herradero”, de Santa Marta, Acatitla con algunos fulminantes ejemplos de la Agrícola Oriental.

Sobresalen nombres alegóricos como Antorcha, Down Fillet (que estuvo en un acoplado triple de un concurso de rock en el Museo del Chopo, producido por el exlocutor, Jorge Álvarez), El Ritual, Enigma, Ciruela, Medusa, Mara, Mistus, Isis y Pegaso. Entre 1979 y 1980 surgen las primeras bandas de metal en el centro del país como Vago (primera identidad del “Novio de México”, el Glam Charly Monttana) y a la terminología de la estridencia urbana se suma el metal, al progre y lo prehispánico, mucho antes que Jorge Reyes. Entre muchos exponentes del sonido demoledor del heavy, Arturo Huizar se cuece aparte de Luzbel. También aparecen Branda, Coda, Cristal y Acero, La Morgue, Makina, Raxas (donde militaba Lino Nava), La Cruz (de Tijuana) y Ultimátum.

A Discos Gas, les faltaba el gas. Denver, no eran los Broncos; Comrock vacilaba, Orfeón no vislumbraba el metal mexicano y, en ese contexto, seguían surgiendo bandas como Mask, Corroxxxion, de la avanzada del sureste que incluía hasta encuentros sonoros con el rock yucateco y el metal campechano.

Mientras tanto, Cuernavaca, Morelos, contestaba con un abanico de curiosas bandas de trash y speed, detalladas en la lectura de estos cimientos, igual que se recorre la historia de los Escuadrones Metálicos, con bandas clave como Leprosy, Next, Ramsés, Transmetal y el productor Víctor Valdovinos (Iconoclasta, Carlos Alvarado, Chac Mool…) encargado de los primeros discos del Escuadrón Metálico (de los que se incluye su catálogo).

Especial atención merece el papel de las féminas nacionales en el metal con reinas como Fabiola Paz, la increíble y versátil Brenda Marín, Elena Coker, el TNT, Marcela González Murguía, Adriana Ortega, Fabiola Cordero, Drakma, Gilgamesh, Tierra Acida, Alma Citlali Gonzáles Márquez y Kadath.

Los que gritan o cantan más fuerte, tragan más pinole. Se consigue en el tianguis del Chopo.

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