Si algo bueno tiene el confinamiento por la pandemia eso es, en el caso de los adictos a las buenas series, los documentales fuera de la ley del buen gusto y el cine independiente, en caso de que no se hayan visto, la acción recurrente por vía del DVD o el Blu-ray, cuando no es por algunas plataformas de streaming.
Los que se dedican a ordenar sus videotecas saben muy bien de qué se trata.
Lo bueno siempre perdura.
Así, por ejemplo, hay algunas series que pasan por el tiempo, y otras en cambio en las que el tiempo pasa por ellas haciéndolas prescindibles.
Las cinco temporadas de Justified, con el personaje del marshall que usa su inconfundible sombrero texano, Raylan Givens (que es interpretado por el convincente Timothy Olyphant) personaje de las novelas Pronto y Reading the Rap, de Elmore Leonard, pertenece al lado de la ley de lo disfrutable.
En la cuidad de Lexington, Kentucky, el tiempo parece haberse detenido en el siglo XIX.
Sobre todo con el servicio de alguaciles de Estados Unidos y dos mujeres de belleza inaudita: Ava Crowder (Joelle Carter) y Winona Hawkins (Natalie Zea).
Estas chicas se disputan el amor y los favores sexuales del alguacil Raylan Givens, de acciones más que justificadas en medio de crímenes, suspenso, humor irónico, balaceras, lanza-misiles y peligrosos predicadores a los que se enfrenta el agente federal.
Once años después, sigue campeando el código de lo incorrecto como moneda de cambio televisivo, o al menos así lo demuestra el documental canadiense real (Made you look) sobre los más escandalosos casos de arte falsificado.
A la palestra suben divos exitosos del arte contemporáneo abstracto y sus anexas, como Mark Rothko, Jackson Pollock, Barnett Newman y Robert Motherwell.
Todos son falsificados con gran éxito convincente por un chino ahora avergonzado: Peishen Qian.
Ann Freedman la directora de la influyente galería neoyorquina Knoedler, se tragó completita la trama creada por una tal Glafira Rosales, que le enjaretó no sólo historias extraordinarias, sino pinturas millonarias, que resultaron falsas.
Sin embargo, mientras duró el engaño, se bailó la danza de los millones y tratos artísticos, que involucraron hasta al FBI.
Resultado: hasta los moralistas y ambiciosos acabaron embarrados.
Las pinturas falsas retaron al mundo de los expertos y de los autentificadores de arte, y pusieron a llorar a aquellos quienes acabaron comprando, aparte de ser exhibidos como tontos.
Y al caso viene: si tanto la obra original apasiona como la falsa, provocan en el espectador la misma emoción, hay quienes prefieren la que cueste menos, en términos millonarios, y que los expertos prueben que la obra es falsa.
Un documental apasionante, dramático y cruel que puede engañar a cualquiera.
Imperdible y de trastorno al límite.