Este profesional libro significa una buena parte de la historia de un rock por el que muchos todavía suspiran y revolotean
Sin duda, se trata de uno de los mejores libros referenciales del rock mexicano, hecho hasta ahora, a la vez que prontuario de estilos, modas, tirajes limitados, presentaciones fuera de lugar, y también emociones sónicas, nostalgias inmediatas y, finalmente, discos de vinilo, que documentan el optimismo de coleccionistas, fundamentalistas, enganchados y apóstoles, según la óptica de un nutrido contingente de colaboradores variopintos que trataron y escribieron sobre los acetatos escogidos.
Los compiladores de esta obra magna en donde, de entrada, se apela al morbo desde el título, David Cortés y Alejandro González Castillo, no sólo dirigieron a los convocados, sino que aceptaron sus gustos personales y sus tendencias en cuanto a estilos, géneros, instintos y deleites pasionales. Por eso los contundentes 200 vinilos de la especialidad y su trascendencia en un mundo nacional del rock, donde el LP va más allá del dinero que se paga por él como objeto de colección y fetichismo personal, son adjetivados como discos chingones.
Su formato informativo es de primera y también de fácil lectura para comprender la trascendencia de lo que históricamente sigue siendo perdurable. Claro que, en un mundo mercantilizado y de negociación inmediata, para hacerse de un álbum original, entran varios factores: que si el disco está cerrado (retractilado), que si el acetato está abierto; su condición desde la portada y la subsecuente rebatinga por obtener un mejor precio. Por eso, qué mejor que este libro-catálogo de inmediatez a la fama muy efímera, en algunos casos, con que carga nuestro rock.
Como siempre sucede, al mejor compilador se le va el surco y muchos de estos discos, a juicio de quien esto escribe, pudieran haber dado no sólo para un rescate histórico emocional, sino para narrar otras historias paralelas de disco e intérprete, grupo y concepto.
Sin embargo, eso no es culpa estricta de los compiladores, sino de los que los hicieron compadres al invitarlos a participar.
Por eso mejor guardar comentarios de cada autor (que vienen con santo y señas particulares) hasta que se autorice una fiscalía de investigación en longitud de cola que puedan pisarles, en donde no están todos los que son, ni son todos los que están.
Sin embargo, ese es el riesgo que siempre se corre y que, por lo general, siempre se asume.
Abundan toda clase de discos que, por estilos, géneros y tendencias, remiten al lector y al escucha, a long plays únicos de ritual anunciado.
Un simple vistazo envía, efectivamente, a piezas de vinilo que, de alguna manera u otra, han sido bendecidos como chingones, por varias razones: índices temáticos, canciones icónicas, formas de grabación, presentación, continuidad estilística, portadas, colores de la resina, fundas interiores y demás menudencias de sus tirajes, en las que han buceado los servicios editoriales de Rhythm Books, en su serie El Otro Rock.
Las más de 400 páginas que componen este esencial texto son básicas para entender un fenómeno único de rock mexicano, del que muy poco se ocuparon las casas discográficas fuertes en su momento, salvo contadas excepciones.
El profesional volumen significa una buena parte de la historia de un rock por el que muchos todavía suspiran y revolotean.
Su aparición, con toda seguridad, elevará los precios de algunos discos expuestos a la ferocidad de algunos de los críticos fundamentalistas y también a los blandos de corazón.