A principios de los años 80, Motley Crüe hacia negocio del Dirt como estandarte del rock que se narra en el recién lanzado rockumental Nothin’ but a good time, ¡The uncensored story of ’80 hair metal!

Dicha producción revela en tres partes en las que algunos han pedido no ser asociados con aquellas épocas de libertinaje frenético (en algunos casos contenido, como Twister Sister, cuyo vocalista, Dee Snyder se afiló, literalmente, los dientes en busca de una oportunidad de ser figura simbólica).

Otras historias afines dan cuenta históricamente de lo que era aquello. Claro, el rock mexicano, aprovechaba con parte de convicción lo que se podría venir.

El problema era que, mientras en territorio estadounidense y en Inglaterra, ya se afincaba lo que luego sería el gran negocio de la industria del rock a nivel corporativo, aquí por imitación antes de redes sociales y plataformas, muchos grupos nacionales se movían a la defensiva (pocos se atrevían con el hedonismo y los maquillajes retadores), en lugar de arriesgar.

Pocos osaban probar algo nuevo que no fuera sacar tímidamente una caja de disquitos, para promocionarlos en sus tocadas (si es que las conseguían) y con una pobre idea de lo que era la promoción.

Por eso sólo se recuerdan unos cuantos nombres: La Revolución de Emiliano Zapata, Los Spiders de Guadalajara, La Máquina del Sonido, Peace and Love y Tequila.

Con la llegada de Javier Bátiz, Maldita Vecindad, Cecilia Toussaint, Kenny y sus tantas formaciones eléctricas, Botellita de Jerez, Ritmo Peligroso, El Tri, Caifanes y algunos otros sobrevalorados, como El Personal, se completa el sonido de aquellos tiempos idos.

Para colmo, luego del avandarazo hasta desaparecieron los cafés cantantes y el rock mexicano con algunos vivales nada ilustrados, inventaron los hoyos funkis y a tocar como Dios les diera a entender.

Nada de lugares emblemáticos como en el mundo civilizado de importación: el Whisky A Go Go, El Trobadour, Gazzari’s, Cathouse y otros no tan famosos.

Aquí, en su lugar estaba el Salón Chicago, El Herradero, El Río de la Losa, El Mandril y un poco antes algo de lo más decente, La Carpa Geodésica, allá por Insurgentes Sur, Rockotitlán, La Rockola, Dada X y párenle de contar.

Aquí las disqueras no eran, ni siempre han sido, visionarias y sí muy acomodaticias a tendencias volátiles como Timbiriches y Magnetos que aseguraban la taquilla en aquellos ayeres.

De ahí el surgimiento de otros espacios como El Alicia, ahora con una renovada visión del negocio.

Muchos grupos buenos, pero lamentablemente desconocidos, tenían que enfrentarse a “sindicatos” charros-rocanroleros como Fobia, Enjambre, Zoe, Gusana Ciega, Molotov, Control Machete, Tacubos, Gran Silencio, Panteón Rococo y Pandas. Otros sobreviven con pequeñas audiencias como La Banda Bostick y los metaleros extraños y valemadristas de Radio Chopo.

Otras disqueras entronas, pero sin rumbo fijo, como Denver hacen que no se olviden a héroes como Dugs Dugs, Ricardo Ochoa y novios del Rock Mexicano como: Charly Monttana, parte selecta del contingente femenino y los rupestrosos, mientas que festivales como él Vive Latino le dan cabida a grupos a los que sólo conoce su familia.

Ya sin medios televisivos honestos, lo mismo que espacios radiales confiables, de los que ya casi ni quedan, el rock mexicano se tambalea bien y bonito. Sus discos poco interesan (más que para esa especie de coleccionistas aferrados, con visera de mula de noria) y sus escasos seguidores.

Para colmo, nos vienen a vacilar con ¿grupos? como Los Concorde, que sólo vuelan en su espacio aéreo. Parece que ya no hay derecho, valores y mucho menos vergüenza y Rock en tu Idioma, al que se le pide una tregua por favor.

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