En 1929 se inició en la Unión Soviética la colectivización forzosa. Se trataba de erradicar la propiedad privada en el campo (encarnada en los kulaks) para reconvertirla en koljoses (propiedad colectiva). Ante la resistencia de millones de campesinos la respuesta fue una cruda represión. Se expidieron leyes y decretos que los convirtieron en enemigos del pueblo y como tales “castigados”. Asesinatos, despojos, deportaciones se sucedieron a un ritmo enloquecido. Como consecuencia directa “la superficie de tierra cultivada disminuyó considerablemente y el rendimiento bajó” (Vasili Grossman. Todo fluye).

La hambruna desatada en los siguientes años resultó atroz. Se calcula en más de seis millones a las víctimas. Grossman describe algunos cuadros infernales: “La gente empezó a vagar de pueblo en pueblo, cada uno pidiendo limosna al otro… Cuando la nieve empezó a derretirse, el pueblo se encontró sumido hasta el cuello en la hambruna. Los niños gritan, no duermen: también de noche piden pan. La gente tiene la cara terrosa, los ojos turbios, ebrios. Caminan como sonámbulos… Las personas empiezan a caminar menos, a quedarse más tiempo tumbadas… Tampoco quedaban gatos ni perros: los habían matado… La gente comenzó a hincharse; les había sobrevenido el edema del hambre: rostros inflados, piernas como cojines, agua en el vientre… ¡Y sus hijos!... cabezas pesadas como balas de cañón, cuellos delgados de cigüeña… Niños con caras envejecidas… como si llevaran en el mundo setenta años… Pensaba además que cada hambriento muere a su manera. En una cabaña están en guerra, se vigilan los unos a los otros, se arrebatan las migas. La mujer se vuelve contra el marido…”. Fueron documentados incluso casos de canibalismo.

En ese marco macabro, narra Simon Sebag Montefiore la comparecencia de un “valeroso” funcionario ante el Politburó presidido por Stalin. Cuando Terejov (nombre del informante) empezó a ilustrar y documentar la situación, Stalin lo interrumpió: “–Nos han dicho camarada Terejov, que eres un buen orador, que se ve que eres un buen cuentista. ¡Fabricar semejante cuento acerca de la hambruna! Se suponía que iba a asustarnos, pero no ha funcionado. ¿No te convendría mejor dejar los cargos de… secretario del CC de Ucrania e ingresar a la Unión de Escritores? Podrías inventarte cuentos y los tontos se los leerían”. (La corte del Zar rojo).

Entre la “realidad” construida en el Kremlin y la que vivían millones de personas no existían puentes de contacto. “El hambre –escribe SSM– era simplemente un acto de hostilidad contra el Comité Central, y por tanto contra Stalin”. Se había decretado una verdad oficial y todo aquello que entrara en conflicto con ella no podía ser más que un recurso contra revolucionario, una invención de los enemigos, propaganda antisoviética. Creían estar construyendo un futuro promisorio mientras cimentaban el infierno en la tierra.

Esa historia siniestra devela no solo el autoengaño o el cinismo de la cúpula del poder, sino la fuerza de las convicciones que no reconocen los límites que impone eso que solemos llamar realidad. Si la realidad contradice los deseos o la “veracidad” de las certezas fanáticas, peor para la realidad. El problema mayúsculo es que los muertos, deportados, hambreados y torturados pueden omitirse en el discurso oficial e incluso, con ello, sedar a buena parte de la sociedad, pero su trágica existencia no desaparece. Las creencias, creencias son. Y los hechos no pueden ser borrados.

Profesor de la UNAM