Hace apenas unas semanas Ricardo Becerra escribió: “Llevo tres años corridos escuchando en esa conversación y en aquella otra la misma frase recurrente: ‘si se atreven a cometer tal barbaridad ya estaríamos hablando de otra cosa’, y con otra cosa se quiere decir una ilegalidad, abuso de poder, autoritarismo, despotismo, militarismo, o en el extremo, los primeros ácidos fascistoides. Y, no obstante, siempre pasa lo mismo… el gobierno mexicano y su coalición morenista sí se atreven a eso, a ir un poco más allá de lo que la Constitución y la ley se los permite”. (La Crónica de hoy. 04-04-22).
Lo recordé cuando al día siguiente de la votación en la Cámara de Diputados que rechazó el proyecto de reforma constitucional en materia eléctrica, los líderes del partido Morena, Mario Delgado y Citlalli Hernández nos anunciaron que iniciarían una campaña de linchamiento público acusando de traidores a la patria a aquellos legisladores que se habían atrevido a votar en contra de sus pretensiones. Miles de carteles serían pegados en las bardas con las fotos y nombres de “los traidores” que no se plegaron a sus caprichos. Una amenaza ni siquiera velada. Se podría esperar, ingenuamente, que al día siguiente el presidente saliera a descalificar ese intento persecutor. Pero no, lanzó más fuego a la hoguera de la inquisición.
No es una ocurrencia, menos una gracejada. Tampoco un calificativo propio de la contienda política. Es un asunto serio y peligroso. El ya de por sí intimidante resorte de “conmigo o contra mi” que se activó desde el principio, ahora se enciende más y desata la alarma, al convertir a los legítimos opositores a la política gubernamental en traidores a la patria. ¿Qué sigue entonces? No quiero siquiera especular.
Hay quien piensa que al hablar define y califica a los otros. Quizá no han tomado nota de una verdad elemental: cuando se habla de otro a lo mejor uno atina en la apreciación (muchas veces no), pero de seguro los dichos develan mucho de quien los pronuncia. Y eso sucede siempre, siempre. En este caso no hay duda: ninguno de los votantes en contra del proyecto presidencial es un traidor a la patria. Sin embargo, Delgado, Citlalli y el presidente se presentan como lo que son: unos persecutores, incapaces de vivir en y con la diversidad política, unos cazadores de cabezas autoritarios que no entienden y menos valoran el abc de la democracia. ¿Cómo imaginan que deba ser México? ¿un ejército de zombis guiados por la voluntad incontestable del Ejecutivo?
Siguen hablando como si fueran los únicos representantes del pueblo y se olvidan de lo más elemental. En las elecciones de las que emergió la Cámara de Diputados actual, Morena, PVEM y PT obtuvieron el 42.78% de los votos, mientras los otros cuatro partidos (PAN, PRI, MC y PRD) sumaron el 46.62% (no es el cien por los votos de los partidos que perdieron el registro y los anulados).
Es tiempo de preguntarnos en medio de la zozobra: ¿Y los demócratas (si hay alguno) dentro de la coalición gobernante no dirán nada? ¿No creen que ha llegado el momento de deslindarse de esos resortes más que autoritarios? ¿De verdad acompañarán al presidente y a los líderes de Morena en esa descarada persecución política? No es un juego. Y las coartadas, coartadas son. Estamos al borde del precipicio autoritario. Porque una cosa es ser parte de una constelación gobernante y otra ser cómplice de una cacería política.