¿Quién no conoce la leyenda bíblica de la Torre de Babel ? Los hombres empezaron a construir una torre hacia el cielo para encontrar a Dios. Éste, para hacer imposibles los trabajos, hizo que los constructores hablarán diferentes idiomas. Se trató, escribió Javier Marías, de “un castigo de Yave… la condenación a no entenderse los unos a los otros, a no poder comunicarse”. (Lección pasada de moda. Debolsillo). Porque el idioma, ¡vaya descubrimiento!, sirve para entendernos o por lo menos para aclarar diferencias.
Guardando todas las distancias en esas estamos. No porque hablemos diferentes lenguas sino porque el presidente ha modificado radicalmente el sentido de algunas palabras lo que hace imposible cualquier entendimiento.
Pueblo. Existen diferentes acepciones, incluso a pequeñas poblaciones se les denomina pueblos. Pero las que importan ahora aluden o a todos los miembros de la comunidad o a los pobres. El presidente pretende utilizar la palabra en este último sentido. Pero la mecánica de su retórica va excluyendo de la definición no solo a los privilegiados sino también a aquellos que no siéndolo no comparten sus políticas, convirtiendo al pueblo en sinónimo de sus seguidores. Solo ellos son el pueblo.
Democracia. La democracia es un régimen de gobierno no solo porque los gobernantes y legisladores son electos, sino porque los poderes públicos están regulados por la ley; fragmentados para construir equilibrios entre ellos; vigilados por la sociedad; y porque pueden ser controvertidos por la vía judicial, para proteger los derechos de las personas. Pues bien, al presidente no le gustan los límites que le impone la ley, quisiera concentrar el poder estatal y subordinar a los otros poderes y descalifica una y otra vez resoluciones del Poder Judicial cuando no le son gratas. Si ello fuera poco pretende dinamitar el sistema electoral que le permitió arribar a la presidencia. Y, sin embargo, dice que él y su movimiento son demócratas.
Liberales. Si algo caracteriza al liberalismo es su temor a una expansión excedida del Estado que acabe por atropellar las libertades de los ciudadanos. Y buena parte de los dispositivos para que la mayoría no arrase con las minorías provienen del pensamiento liberal. El presidente se dice liberal y sin embargo actúa como si su triunfo en las urnas le permitiera arrollar los derechos de quienes no forman parte de su “movimiento”. Es profundamente anti liberal.
Conservadores. Son aquellos que se oponen a las transformaciones y que reivindican la tradición y el statu quo . En esa canasta el presidente ha colocado al feminismo, a los defensores de los derechos humanos, a los ecologistas, a las agrupaciones civiles que tienen agendas propias, a diversos científicos y súmele usted. No requiere comentario.
Neoliberalismo. Una corriente de pensamiento que genera una política económica que plantea la desregulación de los mercados, las privatizaciones de empresas estatales, la primacía del mercado sobre el Estado. Para el presidente es una época entre 1982 y 2018 que explica lo que aconteció en todas las esferas de la vida social. Un reduccionismo que hace que lo edificado en terrenos tan diversos como la ciencia y la política, la educación y la salud, las artes o las comunicaciones tenga, según él, el sello neoliberal. Y por eso resulten deleznables.
Una distorsión de los conceptos como la que imaginó Orwell: “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza” (1984. Destinolibro).
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