Durante décadas la sensibilidad en torno a la desigualdad social en nuestro país ha estado adormilada. Esa “falla estructural” de la convivencia parece ser parte de un paisaje social que a pocos conmueve. Diversos especialistas, con visiones muy distintas, se han ocupado de la cuestión, pero en el espacio público no tiene la centralidad que debería tener.
Ello quizá explique el trato más bien rutinario que el informe “Cuantificando la clase media en México 2010-2020”, que presentó el Inegi hace apenas unos días, tuvo en los medios. Me enteré del mismo por una nota de Gil Gamés que a su vez citó a Rubén Migueles de EL UNIVERSAL, y sin mayores problemas ingresé a las páginas del Inegi.
Y, caray, sus resultados deberían estar en el centro de nuestra conversación pública. Resulta que de 2010 a 2018 la clase media había aumentado porcentualmente del 39.2 por ciento de la población al 42.7. Eso en números absolutos quería decir que pasamos de 43.9 millones a 53.4. (Imagino que los conocedores pueden llevar a cabo una discusión informada sobre cómo se construyen esos porcentajes, pero el Instituto Nacional de Información Estadística y Geografía, como organismo público autónomo del Estado es sin duda una institución confiable y profesional). El incremento parecía lento pero sostenido (38.8% en 2012, 41.6 en 2014 y 42.7 en 2018). No obstante, de 2018 a 2020 el número de personas consideradas de clase media descendió al 37.2 por ciento; de 53.5 millones a 47.2. Más de 6 millones empeoraron su situación social.
La pandemia explica mucho de lo ocurrido y quizá sea el principal factor, pero la política para enfrentarla y la inacción gubernamental que no desplegó esfuerzo alguno para apuntalar a las micro y pequeñas empresas y careció de iniciativas para mantener los empleos, constituyen la otra cara de la explicación.
El trabajo del Inegi además ilustra cómo la llamada clase alta también descendió de 2018 a 2020, y lo único que aumentó fue la denominada clase baja. La alta pasó del 1.5% de personas a casi la mitad 0.8%. En términos absolutos de 1.8 millones a 1.0. La baja por su parte aumentó del 55.8% al 62. Es decir, de 69.8 millones a 78.5. Un grave terremoto social que, para muchos, pasa escondido en una nube de retórica.
Y, por supuesto, el informe presenta los datos desagregados por estados. Y aunque no sorprende, al parecer, a nadie, volvemos a “descubrir” las abismales diferencias regionales. Mientras en la Ciudad de México, Colima y Jalisco se encuentran los porcentajes más altos de hogares considerados de la clase media (58.9, 54.6 y 53.6% respectivamente), en Chiapas, Guerrero y Oaxaca hallamos los porcentajes más bajos (19.5, 24.0 y 25.6%). Y algo similar encontramos en los hogares más pobres. Mientras en Chiapas, Guerrero y Oaxaca, el 80.2, 75.8 y 73.9% están considerados de clase baja, en la ciudad de México, Colima y Jalisco “solo” el 38.0, 42.8 y 45.2% son estimados en ese rango.
He escuchado a algunas voces justificar a la actual administración señalando que por lo menos se ocupa de los más pobres y marginados. Quizá en el discurso y con las transferencias monetarias (insuficientes). Pero en los hechos todo parece indicar que la sociedad mexicana en su conjunto tiende hacia abajo. Millones de personas están viendo erosionadas sus condiciones de vida. La conducción gubernamental parece llevar a un mayor autoritarismo junto con más pobreza. Ojalá me equivoque.