En su libro En invierno (Anagrama. Traducción: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. 2021), Karl Ove Knausgard, narra dos grandes proyectos que se quedaron en eso: proyectos. Cuenta que en Noruega luego del hallazgo de barcos vikingos en Oseberg, se pensó en hacer un museo para su exhibición. “El arquitecto Fritz Holland sugirió crear una enorme cripta debajo del palacio real de Oslo… con un nicho para cada barco”. Realizó una serie de dibujos de lo que sería el museo: las paredes estarían recubiertas de “relieves con motivos vikingos”, todo sería de piedra, trazó los arcos y las bóvedas, habría una oquedad en el suelo para los barcos. No obstante, la aspiración no pasó de ser eso, un buen deseo.
No es, por supuesto, el único plan no realizado. El mundo está plagado de ellos. Es más, se podría afirmar que son más los planes que se quedan a la mitad que aquellos que tienen un final feliz. Recuerda Knausgard que “existe otro diseño arquitectónico no realizado en Oslo que data de la década de 1920, con altos edificios de ladrillo, como rascacielos, a lo largo de la calle principal, Karl Johan, y zepelines que vuelan sobre la ciudad”, y que nunca pasó de ser una propuesta.
Lo interesante es que Knausgard nos recuerda que en su momento esos proyectos pudieron ser, que no hay una ley de hierro de la historia por la cual no pudieran haberse realizado. Eran opciones posibles, incluso deseables. “Cada uno de los momentos en los que nos encontramos está abierto en varias direcciones, es como si tuviera tres o siete puertas… hacia habitaciones que contienen diferentes futuros. Estas hipotéticas ramificaciones del tiempo cesan ante cada elección por la que optamos…”. Y en efecto, con cada decisión clausuramos las otras opciones, y una vez que entramos por una puerta, para seguir con la analogía, las otras se clausuran para siempre.
El actual gobierno tenía varias puertas ante sí: pudo haber optado por fortalecer nuestras incipientes instituciones, normas y procedimientos democráticos; pudo realizar una reforma fiscal sustantiva destinada a tener recursos para elevar la calidad educativa, los servicios de salud y extender y actualizar la infraestructura; pudo intentar profesionalizar y capacitar a policías y ministerios públicos; reforzar el federalismo induciendo proyectos de desarrollo conjuntos entre el gobierno federal y los de las entidades; diseñar algún plan de impulso industrial y/o agrario; apoyar los reclamos de las mujeres que demandan desde el cese al acoso hasta los feminicidios; intentar en serio combatir la corrupción; comprometerse en la preservación del medio ambiente y los recursos naturales; fomentar el desarrollo de la ciencia y las artes; llamar a una gran convergencia nacional en contra de la violencia y la inseguridad y, si quieren, pueden seguir ustedes colocando temas en la canasta contrafactual. Pero optó por un monólogo impermeable, maniqueo y simplista y por tratar de reconstruir “el país de un solo hombre”. Llegó con un inmenso apoyo popular y desató esperanzas enormes. Sin embargo, los resultados están a la vista y no es momento (en esta nota) de echar leña a ese fuego. Fue una oportunidad perdida.
Escribe Knausgard: “El pasado está perdido para siempre, y aquello que no ocurrió en él doblemente perdido. Conduce a una peculiar sensación de pérdida, la melancolía del pasado no realizado… Radica en una comprensión y una añoranza fundamental: todo podría haber sido distinto”.
Profesor de la UNAM.
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