“El ChatGPT, lanzado el 30 de noviembre de 2022, llegó al millón de usuarios en tan solo cinco días. En dos meses, eran ya 100 millones… y tenía más de 13 millones de visitas cada día”. Se “ha estimado que, en enero de 2023, ChatGPT daba salida a 310 millones de palabras por minuto… En comparación, los usuarios de Twitter generaban 2.8 millones de palabras por minuto. La cantidad de texto producida por ChatGPT cada 14 días, equivalía a todo el contenido de todos los libros publicados en el mundo desde que Gutenberg inventó la imprenta”.

Esas impresionantes cifras se encuentran en el más reciente libro de Raúl Trejo Delarbre, Inteligencia artificial. Conversaciones con ChatGPT (Cal y Arena. 2023). ¿Pero que es esa cosa? Trejo nos ilustra citando, entre otros, a la UNESCO: son “máquinas basadas en inteligencia artificial… potencialmente capaces de imitar o incluso superar las capacidades cognitivas humanas, incluyendo la detección, la interacción lingüística, el razonamiento y el análisis, la resolución de problemas e incluso la creatividad”. Subrayo superar.

Se trata de sistemas informáticos con los cuales los usuarios pueden conversar, capaces de generar textos e incluso contenidos visuales y acústicos. Utilizan el lenguaje humano, “forman abstracciones y conceptos, resuelven problemas y realizan tareas… razonan, aprenden, perciben y se comunican”. No solo repiten, pueden cotejar y jerarquizar la información. GPT3 aprobó un examen universitario de derecho en la Universidad de Pennsylvania, y “están en constante desarrollo y se mejoran a sí mismos con creciente rapidez”. No es ciencia ficción; es ciencia, hoy.

Trejo informa de diversos testimonios que dan cuenta de destellos de humor y creatividad del ChatGPT, de expresión de emociones como la ira, el odio o el amor, e incluso de extralimitaciones no previstas por sus creadores. Como suele suceder, como cualquier otra innovación tecnológica (y conste, no estamos ante una más, sino ante una que prefigura un mundo distinto), también puede causar daño y mucho: se han encontrado respuestas con sesgos racistas, misóginos e intolerantes. Estudiantes empiezan a utilizarlo para hacer sus tareas y tesis y hay quien lo ha usado para modificar textos clásicos a su gusto. Se puede, lo subraya Trejo, generar “una versión del Ulises de Joyce que no ocurra en Dublín, sino en París”, reescribir las obras a petición del “cliente” y censurar lo que no sea de su agrado.

La escritura está dejando de ser un “privilegio de los humanos” y al parecer podemos ser reemplazados en esa y muchas otras tareas derivadas de esa destreza. Diferentes organizaciones han alertado sobre el desplazamiento laboral de millones de personas, la creación de imágenes y dichos falsos o la suplantación de la personalidad.

Ante esa realidad nueva, promisoria, desconocida y temible, se han intentado “moratorias” para repensar y quizá reglamentar sus capacidades, que no han ido muy lejos. La Unión Europea, Estados Unidos y China, han empezado a estudiar las posibilidades de reglamentación. Lo cierto es que la conversación ya no es una cualidad exclusiva de los humanos y esos sistemas pueden, en muchos casos, y por lo pronto, escribir y resolver problemas muy por encima del promedio de nosotros, los humanos.

Mi impresión después de leer el libro: súmele a ello, los trabajos manuales que han sido y serán substituidos por máquinas y robots, y entonces, el mayor logro del género humano será hacer prescindible al género humano.

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