¿Por qué el presidente y su partido quieren destruir el sistema electoral tal y como hoy lo conocemos si ellos se han beneficiado del mismo? Es una pregunta con más de un gramo de misterio que solo puede ser resuelta a medias con no pocos elementos de especulación.
Gracias a las normas e instituciones en materia electoral Morena pudo obtener su registro como partido, acceder a una batería de prerrogativas nada despreciables y un financiamiento público generoso, logró ganar 20 gubernaturas (por lo pronto) y hoy gobierna el país. Han logrado ser la fuerza política más votada y han colonizado las instituciones del Estado con sus cuadros y aliados. Y todo ello con las reglas vigentes, dentro de ellas y explotándolas al máximo (violándolas también).
Por ello la extraña y difícil pregunta del inicio. Que los favorecidos por un sistema electoral que funciona quieran dinamitarlo es una de esas cuestiones que a primera vista no parece tener demasiada lógica. Salvo que… y aquí especulo con dos “razones”.
1) Saben que, precisamente, así como ellos triunfaron mañana pueden hacerlo otros. Actúan dentro de un sistema electoral y político donde existen otras fuerzas que pueden robustecerse y crecer o incluso pueden surgir partidos que pueden expandirse y ganar la voluntad de franjas importantes de ciudadanos. Y las instituciones electorales han dado muestras suficientes de que son capaces, sin aspavientos, de asimilar la voluntad popular y reconocer a ganadores y perdedores, sean quienes sean. Y dado que los humores públicos son cambiantes, que los resultados de las gestiones de los gobiernos de Morena no brillan por sus logros, y que el futuro, por definición, es incierto, entonces lo que les pareció adecuado para cuando ellos estaban en la oposición ya no lo valoran de igual manera desde los gobiernos.
Saben —cualquiera lo sabe o intuye— que atrapar o alinear a la autoridad electoral a la voluntad oficial ofrece una ventaja mayúscula. No es una especulación. Ya lo vivimos en México antes de la creación del IFE y los institutos locales. Contábamos con una Comisión Federal Electoral sujeta a la voluntad del partido oficial (el PRI, por si usted nació en Somalia o tiene menos de 33 años), que permitía un manejo inescrupuloso (para poner un adjetivo benévolo) de los procesos electorales. Y todo indica que el presidente y su partido quieren recuperar esa “ventaja” que por supuesto erosionaría uno de los pilares en los que se asientan la equidad y la certeza en los comicios.
2) La otra razón —creo— se encuentra en las pulsiones francamente autoritarias del presidente. Hay evidencia suficiente para afirmar que a Andrés Manuel López Obrador le gustaría ejercer su Presidencia en un marco político similar al de los años 50 o 60 del siglo pasado: una presidencia omnipotente a la que los otros poderes constitucionales y órganos autónomos del Estado no le hicieran sombra, con unos medios de comunicación dóciles y subordinados al poder y si fuera posible sin otros partidos o en todo caso con partidos testimoniales no competitivos, sin molestas organizaciones sociales independientes y sin ningún actor relevante que pueda contradecirlo.
Con esos lentes para filtrar las cosas y con la pretensión de alinear a todo el entramado estatal a su voluntad, por supuesto que la virtud del INE (su imprescindible autonomía) es vista como un agravio hacia él que debería poder desplegar su voluntad sin obstáculos.
Profesor de la UNAM
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