Así denominó Angelo Panebianco a los partidos “cuya fundación se debe a la acción de un único líder y que se configuran como un puro instrumento de expresión política de éste”. (Modelos de partido. Traducción: Mario Trinidad. Alianza editorial. Madrid. 1990). El libro fue leído y mucho y se sigue leyendo en las escuelas y facultades de ciencia política, porque ofrece una tipología útil para asomarse a las muy distintas fórmulas de organización de los partidos políticos. Uno de sus ejemplos fue el Partido Nacionalsocialista Alemán; sí, el de Hitler. Se trata de un “modelo puro” para ejemplificar lo que Panebianco tenía en mente.
No resulta conveniente hacer analogías mecánicas con el presente por las abismales diferencias que solo desde la ignorancia más atroz pueden dejarse de lado. No obstante, asomarse, así sea de manera parcial y telegráfica, a uno de los fenómenos más ominosos de la historia, sirve para abrir el campo de visión y quizá para encender algunas alarmas. Juzgue usted:
Según Panebianco los rasgos del partido nazi (carismático, según su terminología) eran los siguientes:
“1. Es una organización centralizada, dominada por el principio de 'obediencia al mando', y en el que la simbiosis entre la identidad organizativa y el líder-fundador es total.
“2. La ausencia de lazos organizativos burocráticos, junto a un tipo de financiación irregular que procede del apoyo de mecenas que no pertenecen al partido… así como de un control financiero tamizado sobre el conjunto de la organización.
“3. La existencia de una pluralidad de organizaciones de confines inciertos y mal definidos que giran en torno al partido y a su líder.
“4. La existencia de una pluralidad de tendencias político-ideológicas que representan matices distintos, y formas diferentes de 'traducir' el nacionalsocialismo en una determinada línea política. Por debajo de la común bandera… se mueven muchos grupos y tendencias… Es una doctrina lo suficientemente vaga como para permitir la existencia de una pluralidad de interpretaciones incluso contrapuestas entre sí. Y Hitler estimula personalmente ese pluralismo ideológico, tanto porque ese pluralismo permite al partido llegar a todos los sectores sociales, como porque la división del grupo dirigente entre una serie de tendencias rivales, le garantiza el control del partido e impide la formación de coaliciones en su contra… Permite utilizar al partido como un dócil instrumento a su servicio”.
Liderazgo indiscutido, intransferible, único. Obediencia ciega de la militancia. Identidad no con un ideario, un programa ni siquiera con el partido, sino con el “líder fundador”. Financiación irregular no necesariamente de los integrantes de la agrupación, sino externa. Pluralidad de corrientes cuya cohesión solamente está dada por el líder, poseedor exclusivo del código de entendimiento del diagnóstico de la situación y la política a seguir. Una “doctrina vaga” que cobija intereses, ambiciones, ideas diversas y en ocasiones enfrentadas que permite emitir mensajes distintos hacia diferentes sectores sociales, cuyo intérprete último y verdadero es el líder, que además administrando la dinámica de “divide y vencerás” (ilustrada por Francisco Báez. La Crónica de hoy, 11 de octubre), se convierte en el árbitro supremo de las disputas internas.
Un eco lejano, imposible de tomar al pie de la letra para la situación actual, pero igualmente inadmisible darle la espalda como si nada nos dijera.
Profesor de la UNAM
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